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Cada vez que necesitaba repetir lo de: «Y el verbo se hizo carne» en lugar del pesebre y el Niño Dios veía, dentro del cerebro, las letras encarnadas del Evangelio de San Juan, en un cuadro de madera en medio de un altar: Et Verbum caro factum est.

Algunos bebían el vino espumoso como si fuese agua del río. Esto es caro en Europa decía un ruso de pelo largo y grasiento ; pero aquí, ¡con la diferencia del cambio!... Moreno, hombre de orden, consideraba con inquietud la sed creciente de los invitados.

¿Viene usted á comer conmigo? dijo el magistrado á su pariente. , voy á vestirme y me voy con usted. Dejaremos á estos jóvenes hacerse sus confidencias. ¿Á dónde van ustedes? preguntó Tragomer. Al Savoy. Es donde se come mejor. Y más caro. No comerán ustedes mejor que á bordo.

De paso haré una observación que puede parecer pueril, pero que prueba lo que vale la libertad. En Bilbao hay manufacturas libres de tabacos, y los superiores cigarros que alli compré fueron los únicos buenos que pude fumar en España, donde el monopolio produce la ventaja de dar malo y caro al consumo el mejor tabaco del mundo. La misma observación hice respeto de la sal.

Ningún hombre la había besado hasta entonces; solamente su primo la había dado un beso a traición, pero le costó caro, porque le dejó caer dos vasos de limón sobre la cabeza: hasta en los juegos de prendas hacía que pusieran las manos delante, para que no le tocasen la cara con los labios.

Pero las provincias se vengaron, mandándole a Rosas, mucho y demasiado de la barbarie que a ellas les sobraba. Harto caro la han pagado los que decían: «la República Argentina acaba en el Arroyo del Medio». Ahora llega desde los Andes hasta el mar; la barbarie y la violencia bajaron a Buenos Aires más allá del nivel de las provincias.

La prueba no podía ser más concluyente, y Currita pudo comprender toda la imprudencia de su caro esposo al dejar escapar aquella prenda.

Pues bien, yo te juro que eso no es cierto. Plutón no me ha llevado engañada: me caí yo y él me sostuvo, pero en vez de sacarme bajó conmigo por la chimenea. Dentro de la mina quiso aprovecharse, pero le salió caro, porque le di con la hoz en la cabeza y le tumbé en el suelo... Creí que le había matado; escapé por la mina y me perdí...

Aquella vida por partida doble y los manejos en que un hombre de mundo sabe envolver sus placeres, hicieron pronto brecha en su capital. Nada cuesta más caro en París que la sombra y la discreción. El duque era demasiado gran señor para detenerse en su camino. Nunca supo negar nada a su esposa ni a la de los otros.

Pero se busca en vano el rastro de Julio Arboleda, de José E. Caro, de Madiedo, de Lázaro María Pérez, de... en una palabra, de todos los que sobreviven de la exuberante generación de 1844 y 1846: Restrepo, y tantos otros.