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Hízolo así con éxito superior a sus esperanzas, pero su conquista le imponía la obligación de sostener indefinidamente a la víctima, y esto, pasado cierto tiempo, se iba haciendo aburrido, soso y caro. Sin variedad era él hombre perdido; lo tenía en su naturaleza y no lo podía remediar.

Había llamado el tal a un pintor, y mandándole hacer un cuadro de las Once mil vírgenes, y el contrato había sido darle un ducado por virgen, que por cierto no fue caro.

Apenas oyó esto Sancho Panza, cuando encaminó el rucio a la ermita, y lo mismo hicieron don Quijote y el primo; pero la mala suerte de Sancho parece que ordenó que el ermitaño no estuviese en casa; que así se lo dijo una sotaermitaño que en la ermita hallaron. Pidiéronle de lo caro; respondió que su señor no lo tenía, pero que si querían agua barata, que se la daría de muy buena gana.

Persona de tanta significación como lo era el alcalde don Leonardo Henriquez, rondaba la noche del 14 de Agosto por el barrio de la Feria, acompañado de sus alguaciles, y había más que mediado la noche, cuando acertó á tropezar en su marcha con unos soldados, de lo cual vino á surgir el lance que á unos y á otros costó bien caro.

A los doce años de edad obtuvo el mando de una compañía; a los veintiocho le hicieron teniente coronel, y a los treinta y tres, coronel. Si en su juventud no asistió a ninguna campaña, en 1794, y cuando contaba treinta y ocho años y poseía la faja de mariscal de campo, estuvo en la del Rosellón a las órdenes del general Caro, y allí le hirieron gravemente en el lado izquierdo del cuello.

Mariana, De rebus hispanicis, lib. XI, caps. 13 y 14. Andrés Mendo, De ordinibus equestribus. Caro de Torres, Historia de las órdenes militares de Santiago, Calatrava y Alcántara: Madrid, 1629.

El primero es don Miguel Antonio Caro, hijo del inspirado poeta don José E. Caro, cuyas nobles estrofas En boca del último Inca son conocidas por todos los americanos.

¡Buenos ojos le vean, padre! ¡Qué caro se vende! exclamó Eloisa, que desde que su protegido había recibido las sagradas órdenes no le tuteaba. Al mismo tiempo se levantó y le besó la mano con verdadero afecto.

M. A. Caro es el autor de la soberbia traducción de Virgilio, en verso español, de una fidelidad aterradora; se siente frío al pensar en la labor perseverante que ha sido necesaria para encerrar cada verso latino, de la rica lengua virgiliana, en el correspondiente español.

Presiéntese que tan caro ser ha vivido largo tiempo inmóvil, resignado, en la quietud que hace esperar, esperando, y nada hace ni quiere sino lo que apetece el ser amado. El hijo del mar había puesto toda su dicha en la concha, ésta en el nácar, el nácar en su perla, que no es otra cosa que el mismo nácar concentrado.