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Actualizado: 8 de junio de 2025
Peribáñez y el comendador de Ocaña. Los comendadores de Córdoba y Fuente-Ovejuna. El Hidalgo abencerraje. La envidia de la nobleza y el cerco de Santa Fe. Las cuentas del Gran capitán. El Nuevo Mundo descubierto, y algunas otras. 33 CAPÍTULO XIV. La Estrella de Sevilla. Porfiar hasta morir. El mejor alcalde, el Rey. La carbonera. La niña de plata. La corona merecida. El vaquero de Moraña.
Sólo el inglés se mantenía también tranquilo y serio. De cuando en cuando, sin que se alterase poco ni mucho la expresión fría de su rostro, gritaba en español chapurrado alguna frase asquerosa que hacía retorcerse de risa a las chicas. ¡Qué grasia tiene er chavó! ¡Maldita sea su estampa! exclamaba la Carbonera, que gozaba realmente con la excentricidad del inglés. Los demás no les hacían caso.
El celoso marido no sosiega, sin embargo, ni aun estando en la prisión su rival, puesto que sus amorosas canciones son repetidas por todos, y fuera de sí atraviesa el pecho del cantor arrojándole un dardo á través de las rejas de su prisión. En La Carbonera, según todas las apariencias, hay una juiciosa mezcla de la ficción con la historia.
El inglés, grave y tieso, vino a sentarse sobre las rodillas de Concha la Carbonera, que le recibió a pellizcos, desternillándose de risa. Mi dar a ti un beso antropófago, ¿no quieres? ¿Un beso como en tu tierra? Más allá. Bueno, venga respondió la pobre, sin imaginar lo que pedía. El inglés se inclinó y le dio un mordisco feroz en el carrillo. La chica lanzó un grito penetrante.
Dolly Winthrop le decía entonces que los castigos le harían bien a Eppie, y que no era posible educar una criatura si ciertas partes blandas y que no corren ningún riesgo por esto, no le escocían de cuando en cuando. Además, podríais hacer otra cosa, maese Marner agregó Dolly con aire pensativo , y sería encerrarla alguna vez en la carbonera.
Un día sorprendió a Mauricia en la carbonera fumándose un cigarrillo, cosa ciertamente fea e impropia de una mujer. La coja no se apresuró a quitarle el cigarro de la boca, como parecía natural. Sólo le dijo: «¡Qué cochina eres!
Muy a menudo andaba Sor Marcela por allí, pues tenía la llave de la leñera y carbonera, la del calabozo y la de otra pieza en que se guardaban trastos de la casa y de la iglesia. Ya cerca de la noche, como he dicho, Mauricia no se quitaba de la reja para hablar a la monja cuando pasaba.
Fue corriendo a buscarla; pero el barbián le tiró otra a la vez, y le pegó en el cogote. La Carbonera dio un grito y se llevó la mano al sitio de donde brotaba sangre. Las atrocidades que salieron de sus labios no son para dichas.
Me juró que nada había oído contestó el coronel; pero para mayor seguridad la até de manos y pies, la amordacé de firme y la tengo bajo llave en la carbonera, pared por medio del sótano donde duerme el Rey. José cuidará de ambos más tarde. No pude reprimir la risa y el mismo Sarto me imitó.
Hoy, es la máquina la impulsadora del barco, algo exacto, matemático, medido; antes, era el viento, algo caprichoso, impalpable, fuera de nosotros. «Llevamos el Angel de la Guarda en la lona de nuestras velas», me decía don Ciriaco, un viejo capitán de fragata muy inteligente y muy romántico; «llevamos la fuerza en nuestra carbonera», puede decir el capitán de hoy.
Palabra del Dia
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