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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Se cree que el rey lo puso allí para honrarle en muerte. Había una vez un hombre que cortaba piedras de una roca. Su trabajo era largo y penoso, y muy mezquino en su salario, por lo que suspiraba tristemente. Un día, cansado de su ruda tarea, exclamó: ¡Oh! ¿Por qué no seré yo bastante rico para pasar la 5 vida tumbado sobre un blando lecho, provisto de cortinas que me libren de los mosquitos?

Cada cual treparía por un punto distinto del monte, y apenas divisase al animal daría tres fuertes voces de auxilio. A Ramiro apostole a pocos pasos de las cocinas, dándole un cuerno de caza y pidiéndole que no se moviera de aquel sitio. Algo después, cansado de esperar, Ramiro comenzó a internarse también entre los árboles.

Y, después que hubo tomado los votos de aquellos que a don Quijote conocían, dijo en alta voz: -El caso es, buen hombre, que ya yo estoy cansado de tomar tantos pareceres, porque veo que a ninguno pregunto lo que deseo saber que no me diga que es disparate el decir que ésta sea albarda de jumento, sino jaez de caballo, y aun de caballo castizo; y así, habréis de tener paciencia, porque, a vuestro pesar y al de vuestro asno, éste es jaez y no albarda, y vos habéis alegado y probado muy mal de vuestra parte.

La diferencia de temperatura del exterior al interior del coche, empañaba con un velo de tul gris la superficie del vidrio; y el viajero, cansado quizá de fundirlo con su hálito, se dedicó nuevamente a considerara la dormida, y cediendo a involuntario sentimiento, que a él mismo le parecía ridículo, a medida que transcurrían las horas perezosas de la noche, iba impacientándole más y más, hasta casi sacarle de quicio, la regalada placidez de aquel sueño insolente, y deseaba, a pesar suyo, que la viajera se despertara, siquiera fuese tan sólo por oír algo que orientase su curiosidad.

Si no llego hoy, llegaré mañana. Seis escalones a la espalda. ¡Dios mío, lo que falta todavía!». Cuando llegó al principal, su hermana le esperaba en la puerta. «¿Te has cansado mucho?». Así, así. ¿Dónde está Tom? Que venga. Moreno entró en su habitación, seguido del criado. Este era inglés y le acompañaba en todos su viajes.

Podía tener varias ventajas el proceder así: entre otras, quizás el tejedor tuviera un farol de mano, y Dunstan ya estaba cansado de buscar su camino a tientas. Todavía estaba a cerca de tres cuartos de milla de su casa y el suelo se volvía desagradablemente resbaladizo, porque la niebla se iba convirtiendo en llovizna.

Otra mácula que ya está más a la vista y no puede negarse: que el padre legal de Luz fue un banquero tramposo que huyó de Madrid por temor de que le despellejaran en la calle. ¡Válgame Dios con los pudibundos y asombradizos! ¡No parece sino que el señor don Mauricio Ibáñez ha sido el único ricacho tramposo y estafador! ¿Pues no hemos convenido, tiempo hace, y cansado estoy de oírlo y de leerlo, con ser tan mozo como soy, en que andan por esas calles de Dios docenas de acaudalados personajes con títulos y condecoraciones, influyentes poderosos, que debieran estar en presidio arrastrando una cadena? ¿No se citan sus nombres y se les apunta con el dedo, y, sin embargo, viven y triunfan y hasta regatean el saludo a los hombres de bien, porque se consideran a mayor altura que ellos, en virtud de que así se lo hace creer, con sus acatamientos, e incensadas, el mismo público que desde lejos y en voz baja los condena a presidio con grillete?

A fe mía que tengo hace mucho tiempo fuertes ganas de darte un buen tirón de orejas, y pues me lo aconseja un hombre tan respetable como el conde de Mengis, voy a saborear ese placer. Embebido en estas divagaciones no daba ninguna orden a su lacayo, que las esperaba sombrero en mano, hasta que cansado de aguardar, preguntó: ¿A dónde, señorito?

Por otra parte, lo tengo que repetir aquí, aunque peque de cansado: de una virtud completa no se puede sacar acción que interese y que tenga algo dramático, a no imaginar monstruos horrendos, perseguidores de dicha virtud.

Su egoísmo candoroso, pero fuerte, estaba cansado de pensar en los demás, de olvidarse a mismo, no quería más tiempo de servidumbre, y si Ana se quejaba, su marido torcía el gesto, y hasta llegó a hablar con voz agridulce de la paciencia y de la formalidad.

Palabra del Dia

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