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Actualizado: 25 de junio de 2025


Esta opinion que seria una calumnia tratándose del pueblo francés, no deja de ser cierta tratándose de la ciudad de Paris. En todos estos puntos se come. ¿Por qué tantos establecimientos de esta clase? ¿Se alimentan todos con la poblacion forastera? No. La mayor parte se sostiene con la poblacion de Paris, porque en un gran número de las casas de Paris no se enciende lumbre en todo el dia.

Los seis meses de aldea los pasaba mucho mejor, aun con ser aquel lugar el de su antiguo cautiverio y el de la aventura de la barca, y la calumnia subsiguiente. Pero de cuantos podrían recordarle aquella vergüenza, sólo veía ella al señor Iriarte, el hombre del aya, que visitaba a don Carlos y miraba a la niña con ojos de cosechero que se prepara a recoger los frutos.

Es de advertir que el tono de broma en que estas palabras fuertes se decían les quitaba toda gravedad y aire de ofensa. En Vetusta el buen humor consiste en soltarse pullas y frescas todo el año, como en perpetuo Carnaval, y el que se enfada desentona y se le tiene por mal educado. Es que yo gritó el ex-alcalde mato un canónigo como un mosquito.... Ya lo supongo; con alguna calumnia.

La virtud no está todavía desterrada de la tierra; yo conozco muchas personas que sin atroz calumnia no pueden ser contadas entre los criminales. Hay injusticias, es cierto; pero la injusticia no es la regla de la sociedad; y si bien se observa, los grandes crímenes son excepciones monstruosas.

Por lo pronto, lo que podemos asegurar es que la reputación de doña Beatriz estaba perdida; gravísimo mal, aunque no del todo irremediable, dado que fuese una calumnia lo que se recelaba o afirmaba: dado que la suposición no tuviese fundamento alguno.

Por algo se dijo: «calumnia, que algo quedaOtro indicio grave se alzaba contra la inocencia de Pepe: los cargos que se le hacían eran demasiado claros y concretos para ser falsos; no se le echaban en cara intentos más o menos censurables, sino los efectos positivos de su maldad. Bien claramente los enumeró Tirso.

Pero aún no tenemos motivo para aceptar esta aseveración, que es quizá una calumnia. Llamábanle el Doctrino, porque había estudiado primeras letras en el colegio de San Ildefonso. No podía negarse que había en su carácter cierta astucia disimulada, y en sus modales alguna afectación bastante notoria.

La catástrofe final llegó a producir un movimiento de opinión favorable a la reputación de la señora de Maurescamp; había, entre la crueldad de aquel desenlace y las ligeras imprudencias de conducta que podían reprocharse a Juana y al señor de Lerne, una desproporción tal, que se impuso a todos y desarmó a la calumnia.

RAQUEL. ¿Qué quieres decir con eso...? TERESA. ¡Nada! ¡Oh! ¡Nada...! ¡Había corrido el rumor de tus esponsales con él...! RAQUEL. ¡Es una calumnia infame...! El señor Pont-Dugard me ha cortejado, como lo ha hecho con todas... ¡Así lo exige su profesión...! Pero sabes de sobra que no está libre... Tiene un compromiso... ÁGATA. ¡Bah! ¿Quién es...?

Hasta sus enemigos habían cedido en la calumnia; ya no se murmuraba tanto; muchos de los calumniadores veraneaban; a los que quedaban les faltaba auditorio. Don Santos Barinaga no salía de casa, estaba enfermo. Sólo Foja, que no veraneaba, por economía, procuraba mantener el fuego sagrado de la murmuración en el Casino, entre cuatro o cinco socios aburridos, que iban allí media hora a tomar café.

Palabra del Dia

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