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Llevóle hasta la pizarra y le señaló la prodigiosa cifra, 348, como se muestra un cometa en el cielo. ¿No lo ve usted bien? repuso el italiano, pues empínese sobre la punta de los pies, porque está muy alta, o eche usted mano de un telescopio; un simple anteojo no basta. Los dos, pasmados, se callaron. De los ojos de don Bernardino huyó la dorada visión, y sintió los escalofríos de la realidad.

Todos aquellos hombres que discutían libremente y en voz alta, se callaron en seco al acercarse el inspector general. Apartáronse para dejarle pasar y apenas si le saludaron, contentándose con observarle de reojo. Embarazado con acogida tan llena de desconfianza, Delaberge se dirigió rápidamente hacia la puerta del edificio en el momento preciso en que daba las diez el reloj.

Todos callaron, y el Sultán, dejando para mejor lugar y ocasión su resolución piadosa, se volvió hacia el meflez o asiento del sapientísimo médico, y oyó que éste, con voz chirriadora y cascada, dijo: No hay Dios sino Dios, y Mahoma es su profeta. La sultana Híala está afectada de una catalexis. Al menos dijo el Sultán este necio no nos ha quebrado la cabeza. ¡Catalexis!...

Exactamente confirmó Leto ; y si usted continúa fijando la atención en ese ruido, llegará a oír conversaciones, y cantos a la sordina... y todo lo que usted quiera, hasta acabar por dormirse. Tras esto callaron todos por un buen rato, como si se tratara de poner a prueba las afirmaciones de Leto, mientras el yacht continuó deslizándose al mismo andar.

Sentía aquí, entre , una cosa... Como una pena... Como pena no, un gusto, un consuelo... Se acercó entonces Fortunata, y ambas callaron. Si están de secreto, me voy. Yo creo dijo Belén, después de una grave pausa , que eso debes consultarlo con el confesor. Mauricia se levantó y andando lentamente retirose a la habitación donde dormía y tenía su ropa.

Los bullangueros no callaron hasta que subió á la tribuna Alcalá Galiano. Era éste un joven de estatura más que regular, erguido, delgado, de cabeza grande y modales desenvueltos y francos. Tenía el rostro bastante grosero, y la cabeza poblada de encrespados cabellos.

De Pas hablaba mientras se vestía ayudado por su madre, que buscó en el fondo de un baúl la ropa de más abrigo. ¿Fermo, y si te pones malo de veras... es decir, de cuidado?... No, no, no. Deje usted. Esto no admite espera... y mi cabeza . Es preciso llegar allá antes que se sepa por ahí... ¿No comprende usted? , claro; tienes razón. Callaron.

Y como si al caballo le hiciese cosquillas aquel gesto de la señora del balcón, saltaba y azotaba las piedras con el hierro; mientras las miradas del jinete eran cohetes que se encaramaban a la barandilla en que descansaba el pecho fuerte y bien torneado de la Regenta. Callaron, después de haber dicho tantas cosas.

Callaron todos, y dijo en alta voz, con acción bizarra y airoso ademán, desta suerte : SONETO Aquel que, más allá de hombre, vestido De sus propios augustos esplendores, Al sol por virrey tiene, y en mayores Climas su nombre estrecha esclarecido, Aquel que, sobre un céfiro nacido, Entre los ciudadanos moradores Del Betis, a quien más que pació flores Plumas para ser pájaro ha bebido,

Tenía la mejilla roja y un poco inflamada. Cuando se acercó a la tertulia de sus amigos, éstos le acogieron con las alegres chanzas de siempre, pero al verle tan descompuesto y al observar que se dirigía a un joven capitán, único militar de la reunión, y a otro amigo que tenía fama de tirador de armas y duelista, entendieron de lo que se trataba y se callaron con respeto.