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Actualizado: 14 de junio de 2025
Nos batiremos... ¿Quiere usted antes recibir las últimas lecciones de esgrima? Gracias, ya sé lo bastante. ¡Pobre niño!... ¡Le mataré a usted!... Pero son las diez y media... mis amigos me esperan... A la Caleta. ¿Nombramos padrinos? No nos faltarán amigos para elegir. Vamos pronto. Ahora mismo.
No es usted, D. Pedro dijo con incredulidad la de Leiva quien ha de arreglar esto. Señora doña María repitió el estafermo sublimado por una alta idea de su propio papel, por la idea de la hidalguía, del honor, de la justicia ¡esta noche!... ¡a las once!... ¡en la Caleta! Todo está dispuesto. ¡Oh! Bendita sea mil veces la única voz que ha sonado en mi defensa en esta sociedad indiferente.
Creí dijo con espontánea fruición , que no había en Cádiz más Quijote que D. Pedro del Congosto... ¡Oh, España! ¡Delicioso país! La noche era oscura y serena. Al acercarnos a la puerta de la Caleta vimos de lejos la iluminación que había en la plazuela de las Barquillas, junto al teatro y en las barracas.
Hablando de esto y otros asuntos diplomáticos, yo y mis colegas de la Caleta decíamos mil frases inspiradas en el más ardiente patriotismo. Pero no quiero cansar al lector con pormenores que sólo se refieren a mis particulares impresiones, y voy a concluir de hablar de mí. El único ser que compensaba la miseria de mi existencia con un desinteresado afecto, era mi madre.
Fuera habíase recrudecido el temporal al expirar el día, y era aquello un estrépito, una descarga cerrada, un surgidero de espumarajos, la batalla entre los peñascos y las aguas. Un golpe de viento de alta mar penetraba de vez en cuando en la caleta y envolvía nuestra casa.
»Digo, pues, que cada vez que pasaba con su barca daba fondo en una caleta que estaba no dos tiros de ballesta del jardín donde Zoraida esperaba; y allí, muy de propósito, se ponía el renegado con los morillos que bogaban el remo, o ya a hacer la zalá, o a como por ensayarse de burlas a lo que pensaba hacer de veras; y así, se iba al jardín de Zoraida y le pedía fruta, y su padre se la daba sin conocelle; y, aunque él quisiera hablar a Zoraida, como él después me dijo, y decille que él era el que por orden mía le había de llevar a tierra de cristianos, que estuviese contenta y segura, nunca le fue posible, porque las moras no se dejan ver de ningún moro ni turco, si no es que su marido o su padre se lo manden.
Afanosos para imitar las grandes cosas de los hombres, los chicos hacíamos también nuestras escuadras, con, rudamente talladas, a que poníamos velas de papel o trapo, marinándolas con mucha decisión y seriedad en cualquier charco de Puntales o la Caleta.
La sociedad en que yo me crié era, pues, de lo más rudo, incipiente y soez que puede imaginarse, hasta tal punto, que los chicos de la Caleta éramos considerados como más canallas que los que ejercían igual industria y desafiaban con igual brío los elementos en Puntales; y por esta diferencia, uno y otro bando nos considerábamos rivales, y a veces medíamos nuestras fuerzas en la Puerta de Tierra con grandes y ruidosas pedreas, que manchaban el suelo de heroica sangre.
Y partió rápidamente de la sala. María dijo la de Leiva a su parienta sosiégate; debes procurar dormir... No puedo sosegar repuso la dama . No puedo dormir... ¡Oh Dios mío! Si permites que el miserable quede sin castigo... Si vieras, mujer... siento una salvaje complacencia al recordar aquellas palabras «esta noche... a las once... en la Caleta».
Huyamos, querida mía, huyamos de esta maldita casa y de Cádiz y de la Caleta dije estrechando con mi brazo la mano de Inés. ¿Y lord Gray? me preguntó. Calla... no me preguntes nada exclamé con zozobra . Apártate de mí. Mis manos están manchadas de sangre. Ya entiendo dijo ella con viva emoción . La infame conducta de ese hombre ha sido castigada... Ha muerto lord Gray.
Palabra del Dia
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