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Actualizado: 18 de junio de 2025
Tal fué el agustiniano frai Luis de Leon, catedrático en la universidad de Salamanca, que pasó cerca de cinco años en la Inquisicion de Valladolid llorando amargamente la estrechez i horrible oscuridad del calabozo en que yacia, i quejándose de sus perseguidores en aquellos sabidos versos: Aquí la envidia i mentira me tuvieron encerrado: ¡dichoso el humilde estado del sabio que se retira de aqueste mundo malvado!
Cuando le hice presente a aquélla mis quejas y le expuse amargamente los abrumadores trabajos que D. Oscar me imponía, exclamó riendo: ¿Te habías figurado, hijo, que el conquistar esta plaza no había de costar ninguna pena? Si fuese en otro tiempo, estarías a estas horas en un calabozo de la Inquisición por haberte atrevido a galantear a una monja.
Pues si mi criado te confiesas, mándote que te entres, que lugar hay en este calabozo andante, y que me expliques... Con mil amores, don Francisco; pero esperad, voy á dar á mis bravos muchachos la orden de que nos volvamos á Madrid. ¿Conque á Madrid nos volvemos? De orden superior. Como quien dice, de orden de su majestad el dinero. ¿Pues á quien otro obedezco yo?
Pero, madre, tiempo hay; el chico está en el cuartel, no se los han llevado; no salen para Valladolid hasta el sábado... hay tiempo.... Sí, hay tiempo para que se pudra en el calabozo. ¿Y qué dirá Ronzal? Si tú que estás más interesado te olvidas del asunto, ¿qué hará él? Pero, señora, el deber es primero.
Pero en lugar de huir los asesinos, uno de ellos debía ocupar el lugar del Rey en el calabozo y pedir a los asaltantes favor y justicia a grandes gritos; llamado entonces Miguel, declararía que el preso había ofendido a la señora Maubán y por eso sufría aquel castigo; y que él, el Duque, se alegraba de tener aquella oportunidad para aclarar lo ocurrido en la fortaleza y contradecir y disipar ciertos rumores que habían circulado acerca de la presencia de un misterioso prisionero en el castillo de Zenda.
Pero los que intenten imitarte y cometan tus mismas atrocidades sin vestir unas ropas de corte y color especiales llamadas uniforme, arrastrarán una cadena en el calabozo de una cárcel.... Puedes retirarte. ¡Que avance otro!. El tercero era un adolescente, seco de carnes, nervioso, con una palidez verdosa y los ojos de mirada astuta.
Vos podéis perderme, señor duque de Lerma, mi buen padre; vos podéis hacer con una sola palabra, que el rey me encierre en un castillo; pero desde el fondo de mi calabozo, yo puedo hacer que caigáis desde tan alto, que no podáis sobrevivir á vuestra caída. Horrorizaros debía lo que estáis haciendo dijo el duque á falta de otra contestación mejor.
Francisco Martínez Montiño no pudo ver nada de esto, porque tal iba cuando entró, ó cuando le entraron en el calabozo, que no veía: ni los que estaban allí pudieron verle el rostro, porque los alguaciles le dejaron en la sombra negra proyectada por el farol. Eran los que allí estaban dos hombres y dos mujeres.
Finalmente, no le dejó hasta verle poner en la cárcel, y en un calabozo, con dos pares de grillos, y al herido en la enfermería, donde se halló a verle curar, y vió que la herida era peligrosa, y mucho, y lo mismo dijo el cirujano. El alguacil se llevó a su casa los dos asnos, y más cinco reales de a ocho que los corchetes habían quitado a Lope.
Al permitir yo esto, he procedido con falsedad respecto al único hombre con quien tenía el deber de ser sincera. ¿Qué otro camino os quedaba? preguntó el médico. Si yo hubiera señalado á este hombre con el dedo, habría sido arrojado de su púlpito á un calabozo y de allí tal vez al cadalso. Habría sido preferible, dijo Ester. ¡Qué mal le he hecho á ese hombre? preguntó de nuevo el médico.
Palabra del Dia
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