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Actualizado: 18 de junio de 2025


En el silencio de la cárcel resonaba cada vez más claro el doloroso canturreo que venía del calabozo: «Pa... dre... nu... estro... que estás... en los cielos...» Don Nicomedes no lo oía. Paseaba furioso por la habitación, conmoviendo con sus pasos el piso que servía de techo a su víctima. Por fin se fijó en el monótono quejido.

Muchas veces, Gabriel se sorprendía viéndose a cuatro patas en medio del calabozo, gruñendo y ladrando frente a la puerta sin saber por qué. Sus atormentadores parecieron olvidarle. Tenían otros presos a los que acudir. Los carceleros le dieron agua, y pasó meses enteros sin que nadie entrase en su calabozo.

Corrían rumores de tormentos horribles que se hacían sufrir a los presos para que cantasen la verdad, y pensaba en tan delicado, tan poquita cosa, creyendo que cualquier mañana te encontrarían muerto en el calabozo.

Forcé la puerta y vi al Rey en un rincón, impotente, debilitado por la enfermedad, moviendo de un lado a otro sus manos encadenadas, riéndose, medio loco. Dechard y el médico estaban en el centro del calabozo; el último se había abrazado al asesino con todas sus fuerzas, impidiéndole por el momento mover los brazos.

Tal era el aspecto que ofrecían aquellos desgraciados bajo la inmensa bóveda de los cielos. El suplicio del hambre en el fondo de un calabozo es horrible, sin duda alguna; pero al aire libre, bajo un cielo lleno de luz, a la vista de todo el mundo, en presencia de los recursos de la Naturaleza, eso excede a toda ponderación.

Haga izar el pabellón y disparar el cañonazo de partida; vire al cabrestante, desaferre, y cuando las áncoras estén a pico, avíseme. ¿Dónde están el oficial y el resto de la tripulación? En tierra, capitán. Envíe los botes a buscarles. El que no esté a bordo a las dos, recibirá veinte golpes de rebenque y pasará ocho días en el calabozo. ¡Váyase!

A medida que caían las paredes de su calabozo, se iba descubriendo parte por parte la triste figura del hijo de Irlanda. Todos los water-proof habían fato fiasco. Sus brazos y sus cabellos, y las alas del sombrero, pendían tiesos y perpendiculares hacia la tierra. Parecía un navío empavesado en calma chicha.

Amaneció el Señor y salimos del calabozo. Vímonos las caras, y lo primero que nos fue notificado fue dar para la limpieza, como si en una noche lo hubiera yo ensuciado todo, so pena de culebrazo fino. Yo di luego seis reales; mis compañeros no tenían qué dar, y así, quedaron remitidos para la noche.

Llevaba en los brazos á un tierno infante de unos tres meses de edad, que cerró los ojos y volvió la carita á un lado, esquivando la demasiada claridad del día, cosa muy natural como que su existencia hasta entonces la había pasado en las tinieblas de un calabozo, ó en otra habitación sombría de la cárcel.

Si fuera usted, como presumo, el autor de la gracia, merecía le tuviesen toda la vida encerrado en un calabozo como me han tenido a cinco días. Le ruego que no vuelva a ocuparse de una pobre mujer a quien ha ocasionado y puede aún ocasionar serios disgustos». Entre confuso y dolorido, pregunté a la mensajera: Pero ¿es verdaderamente de la hermana San Sulpicio?

Palabra del Dia

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