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Actualizado: 2 de junio de 2025
El aspirante la rompía de una pedrada, que lanzaba a tres varas de distancia, y el mérito estribaba en que no excediese de un litro la cantidad de licor que caía al suelo; en seguida el padrino servía a todos los asistentes, mancebos y damiselas; y antes de apurar la primera copa, pronunciaba un speach, aplicando al candidato el apodo con que, desde ese instante, quedaba inscripto en la cofradía de los legítimos chuchumecos.
Fuimos el holandés y yo al muelle. Mi compañero de embriaguez bajó los escalones de una escalerilla y se puso a gritar, hasta que brotó de entre las tinieblas un bote blanco. Creí que el hombre se caía al agua con su traje de etiqueta y su flor en el ojal; pero no, se mantuvo firme y saltó al bote con agilidad. Luego, me saludó con el sombrero en la mano, con gran reverencia. Good night me dijo.
Era flaco, y de nariz muy larga, y la ropa se le caía del cuerpo, y no tenía más poder que el de su corazón; pero de casa en casa andaba echando en cara a los encomenderos la muerte de los indios de las encomiendas; iba a palacio, a pedir al gobernador que mandase cumplir las ordenanzas reales; esperaba en el portal de la audiencia a los oidores, caminando de prisa, con las manos a la espalda, para decirles que venía lleno de espanto, que había visto morir a seis mil niños indios en tres meses.
La mar agitaba las olas de su seno, con la ira y violencia con que sacude una furia las sierpes de su cabellera. Las nubes, cual las Danaides, se relevaban sin cesar, vertiendo cada cual su contingente, que caía a raudales sobre las ramas, que se tronchaban, abriendo sus corrientes hondos surcos en la tierra. Todo se estremecía, temblaba o se quejaba.
El centro de la fuerza española ocupaba la carretera con la espalda hacia Bailén, de allí poco distante; a la derecha del camino por nuestra parte se alzaban unas pequeñas lomas que a lo lejos subían lentamente hasta confundirse con los primeros estribos de la sierra; a la izquierda también había un cerro; pero éste caía después en la margen del río Guadiel, casi seco en verano, y que desembocaba en el Guadalquivir, cerca de Espelúy.
El pensamiento aquel, caía en su cerebro como la piedra en un lago, revolviendo las aguas. Pocos momentos después, la calma volvía a su espíritu. Quedaba puro y tranquilo como el lago. Un día, al entrar repentinamente en la habitación de su cuñado, le encontró examinando un revólver. Al verla trató de ocultarlo en el cajón de la mesa que tenía abierto y se puso colorado. ¿Qué hacías?
Su vida no era alegre Dios sabe que no pero en fin ¡era la vida! A menudo la desgracia caía sobre ellos; entonces ambos, Roberto con toda su fuerza, Marta en su debilidad, parecían dos niños sin apoyo, abandonados, y yo tenía que intervenir para ayudarlos con mis consejos y darles valor.
Y viendo que el otro hacía signos negativos, levantóse, y recogiendo la capa, que se le caía, dió algunos pasos hacia D. Juan, le puso la mano en el hombro y le dijo: «Es que usted no quiere tratar conmigo, por aquello de si soy ó no soy agarrado. ¡Me parece á mí que un doce! ¿Cuándo las habrá visto usted más gordas! Me parece muy razonable el interés; pero, lo repito, ya no me hace falta.
Caminaba lentamente golpeando el suelo con el bastón. A pesar de aquel aspecto de miseria, llevaba ambos brazos ornados de brazaletes de alquimia, y un doble collar de cuentas, que imitaban la turquesa, caía sobre su pecho. Al llegar junto a Ramiro, mirole fijamente, apoyando ambas manos en el báculo. El mancebo sacó una moneda para ofrecérsela.
Formábanse sin embargo en el nuevo departamento treinta y cinco naves trasversales en vez de las treinta y tres del antiguo, porque no se prolongó el ala de habitaciones que caía á oriente del Mihrab y que ocupaba el espacio de dos naves.
Palabra del Dia
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