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Actualizado: 2 de junio de 2025
Creyó que caía con milagrosa regresión en el mundo anterior á la guerra; que todas las cosas que afligían á la humanidad quedaban al otro lado de la puerta, como queda una acción dramática, falsa pero emocionante, sobre el escenario de un teatro que abandonamos.
Tuve que prometer dedicarle unos, y ella me aseguró noblemente que los guardaría siempre al lado de los inmortales de Pepe Ruiz. La verdad es que me caía muy en gracia aquella chiquilla, con su entonación protectora y su modo de hablar breve e imperioso. Parecía cansada de la vida y muy experimentada en todos sus casos y circunstancias.
Véalo usted allí, levante los ojos y pida usted perdón al autor de mis días... ¡marido depravado y perverso! Y Pollion caía fulminado por los anatemas. Así habían pasado los días del primer matrimonio de mi tío.
No se reunía con ellos; él sabía un rincón perfumado por las flores de las acacias y de los espinos que caía sobre un sitio en donde el río estaba en sombra y a donde afluían los peces.
Llevaba el Rey una tiara no menos estupenda, ajorcas y brazaletes, y por zarcillos dos redondas perlas, del tamaño cada una de un huevo de perdiz. Su cabellera le caía en bucles perfumados sobre la espalda, y la barba formaba menudísimos rizos, artística y simétricamente ordenados. Su vestido y su persona despedían delicada fragancia.
-Bien podrá ser eso -dijo la doncella-; que a mí me ha acontecido muchas veces soñar que caía de una torre abajo y que nunca acababa de llegar al suelo, y, cuando despertaba del sueño, hallarme tan molida y quebrantada como si verdaderamente hubiera caído.
Un aullido espeluznante, al mismo tiempo que estallaba algo como una olla rota, y el joven caía de espaldas en el suelo. Juanón y Fermín, estremecidos de horror, corrieron hacia el grupo, viendo en el centro de él al muchacho, con la cabeza en un charco negro que crecía y crecía, y las piernas estirándose y contrayéndose con el estertor agónico.
No pondría sitio. Enviaría un parlamentario al enemigo para hacerle salir de la plaza. Si el enemigo caía en el lazo, si pasaba el río de la Prudencia y se ponía bajo los fuegos del desfiladero de la Audacia... En el capítulo siguiente veréis, ¡oh amados feligreses!, lo que pasó. Capítulo XIII ¡Cursilona!
Caminaba al azar, lejos de los caminos frecuentados, porque yo evito el encuentro con los que la naturaleza me ha dado por hermanos, y temía que la sangre que caía de mis pies desgarrados no les sirviera de rastro.
Ahora el pecado era algo más que el adulterio repugnante, era la burla, la blasfemia, el escarnio de Jesús... y era el infierno. Si caía en los lazos de la tentación, ¿quién la consolaría cuando viniese el remordimiento tardío? ¿cómo llamar a Jesús otra vez? ¿cómo pensar en Teresa, que jamás había caído? No, no la llamaría, preferiría morir desesperada y sola. ¿Pero después?
Palabra del Dia
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