United States or Mauritius ? Vote for the TOP Country of the Week !


Cuando nada restaba por gozar, volvió el pobre barrendero á ser conducido á la calle. La nieve caía en anchos copos, y el frío era intensísimo.

Dando una rápida vuelta fue a desplomarse sobre el sofá, poniéndose la mano sobre los ojos y diciendo con voz cavernosa: «¡Qué horrible pesadilla!». Jacinta fue hacia él, le echó los brazos al cuello y le arrulló como se arrulla a los niños cuando se les quiere dormir. Vencido al cabo de su propia excitación, el cerebro del Delfín caía en estúpido embrutecimiento.

«Mis intenciones han sido siempre buenas dijo el catalán, que, imposibilitado de remontarse al drama, caía en la vulgaridad . Primero me agradó usted; después me hizo soñar; hízome pensar después.

En la cumbre de este revoltijo veíanse tres niños abrazados, que contemplaban los campos con ojos muy abiertos, como exploradores que visitan un país por vez primera. A pie y detrás del carro, como vigilando por si caía algo de éste, marchaban una mujer y una muchacha, alta, delgada, esbelta, que parecía hija de aquélla.

Luminoso éter bañaba la cumbre del Olimpo y jugueteaba en la cabellera de los dioses: nunca perturbó la tormenta el descanso de aquellos dichosos seres, ni lluvia, ni nieve caía sobre la espléndida cúspide. Las nubes amontonadas por Zeus se enrollaban á sus pies, alrededor de los peñascos que formaban el soberbio cimiento de su trono.

La nieve caía con la misma constancia, puede decirse con el mismo encarnizamiento. Las piernas le temblaban al pobre ciego lo mismo que el día primero en que salió a cantar; pero esta vez no era de vergüenza, sino de hambre.

Y andaba más aprisa a cada momento, volviéndose con una frecuencia creciente, lanzando en todas direcciones miradas de pavor, hasta que caía muerto de cansancio en la cama.

En efecto, el riachuelo caía en el Orne a poca distancia, franqueando un pequeño dique. El salto de agua se dividía en dos brazos, de los cuales uno daba movimiento a un molino instalado en la orilla. He ahí el motivo de paisaje que Fabrice bosquejaba cuando la señora de Aymaret y Pierrepont se le juntaron.

El laúd, panzudo y pesado, caía tras cada ola con un solemne ¡chap! que hacía saltar las gotas hasta la cara de Juanillo: dos hojas de espuma fosforescentes resbalaban por ambos lados de la gruesa proa, y la hinchada vela, con el vértice perdido en la oscuridad, parecía arañar la bóveda del cielo. ¿Qué rey ni qué almirante estaba mejor que el serviola del San Rafael?... ¡Brrru!

Quintín Porras, no le venía mal el apellido poseía el don de penetrar con la mirada en lo más hondo de la conciencia ajena. Caía en ella como el buzo en el mar, como buzo que se sumerge hasta apoderarse de la concha. La asía, no la soltaba, y salía luego a flote, pregonando su victoria. Sin pararse en pelillos descubría el secreto sorprendido, haciendo de él fisga y chacota.