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Actualizado: 11 de junio de 2025
Ahora que tras muchos años de trabajos iba a alcanzar el fruto de tantos sacrificios ¿quería, por su afición a una cómica, ponerse en ridículo dando motivos de burla a los enemigos?
Pero temeroso de cometer una falta si no daba las gracias a aquel señor, abrumó con palabras dulzonas a Salvatierra, mientras éste miraba al aperador, no sabiendo adonde iba a parar. Si, gachó continuó Rafael. Ya tienes empleo. El señó te hará verdugo de Seviya o de Jerez: lo que tú escojas. El gitano dio un salto, mostrando su cómica indignación con un desbordamiento de palabras.
Julio Claretie dice que los antecedentes de «Chantecler» deben de buscarse en la famosa «Historia cómica de los estados é imperios del Sol», que publicó en la primera mitad del siglo XVII aquel gran extravagante, mitad sabio, mitad espadachín, que se llamó Cyrano de Bergerac.
Después dijo, imitando la voz grave del otro: Señor Watson: yo tengo sobre usted el derecho indiscutible de que su persona me interesa, y no puedo tolerar que vaya mal acompañado. El norteamericano, vencido por la cómica seriedad con que dijo ella estas palabras, acabó por reir. Celinda rió también. Ya conoce usted mi carácter, gringuito... No me da la gana que vaya con esa mujer.
Reyes sabe que una mujer de estas es muy cara, y él no ha de querer arruinarse y arruinar a su mujer por una cómica. Y sin regalos, y de los caros, es ridículo obsequiar a una artista de tales pretensiones. Es usted demasiado discreto».
¿Pero qué queríais que hubiera hecho? ¡Qué! mantenerme firme, hacerle comprender, aunque fuera mentira, que te importaba poco que se hubiera casado... empezaste muy bien... yo estaba diciendo allí, detrás de los cristales... ¡qué buena cómica es mi hija!... ¡qué pobre hombre es ese don Juan! ¡pero luego lo has echado todo á perder, le has dejado ver tu desesperación, y se gozaba en ella sin saberlo! ¡oh! ¡qué felicidad tan incomprendida es para algunos hombres, magullar á una pobre mujer como el gato que magulla á un ratón! ¡Oh! ¡cuán felices, cuán felices son algunos hombres, y qué poco merecen su felicidad!
¿Quién os ha dicho eso? dijo con una gravedad eminentemente cómica el duque, que quería pasar por rey... Nadie... pero... mi corazón... ¡Vuestro corazón! Yo había ido muchas veces á la corte, señor; las mujeres somos locas, insensatas; nos gusta, nos enamora lo grande, lo que deslumbra... ¡Y os he deslumbrado yo! ¡Ah, señor!, vos sois el sol de las Españas.
Entonces yo le amaría también, porque haría feliz á mi Dorotea, y amaría á Quevedo que los había puesto en el caso de amarse, y procuraría que, como don Juan te ha robado el corazón de Dorotea, te robase el corazón del rey. ¡Pero ya se ve! don Juan había visto antes que á Dorotea á doña Clara: habían andado de aventura por esas calles de Dios... y doña Clara es tan hermosa... no es más hermosa que Dorotea, no; pero no es cómica, ni tu querida, ni lo ha sido de nadie: doña Clara... yo he visto á todos, altos y bajos, mirarla con codicia... y el mismo rey...
Pepita se acercó de nuevo, y el comandante, inclinándose profundamente y afectando una solemnidad cómica, dijo: Tengo el honor de presentar a usted a mi amigo D. Ceferino Sanjurjo, joven de relevantes prendas, enamorado, galán y notabilísimo poeta. Pepita me alargó su mano flaca, diciendo: Si se parece usted a su amigo, no cuente usted con mi simpatía... Pero no; tiene usted mejor cara.
El caprichoso joven no pudo acostumbrarse á la gravedad amorosa del profesor, á la calma de su casa, y un día se fugó con una cómica, célebre por su belleza, para vagar por los diversos Estados de nuestra patria, llevando una existencia de aventuras y privaciones. Debe haber muerto hace tiempo; nadie ha sabido más de él.
Palabra del Dia
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