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Actualizado: 9 de junio de 2025
Pero la actitud reservada, aunque atenta y afable de la brigadiera, le imponía respeto y le cortaba los vuelos para desahogar el pecho. Por otra parte, deseaba también entrar en la cuestión de intereses y no se atrevía, temiendo ofender su orgullo.
La brigadiera, respuesta al instante del susto, se revolvió airada y le vomitó tres o cuatro insultos feroces, y después tuvo por oportuno desmayarse. Tío Manolo salió del gabinete batiendo las puertas y soltando juramentos.
Era un temperamento muy nervioso el suyo; no cabía en él la indiferencia: o amaba o aborrecía. Por eso, pasada la sorpresa, sin buscar la razón de tal antipatía, trocose presto su amor en odio. Y a los pocos días la brigadiera Ángela, si quiso, pudo observar que los ojos de Miguel no expresaban ninguna clase de adoración.
La brigadiera aceptaba, sin embargo, la generosidad de su hijastro sin mostrar pizca de agradecimiento: al contrario, parecía que tomando su dinero o sus regalos le otorgaba un gran favor, le daba una prueba de confianza, y que él era quien estaba obligado por ello a guardarle eterna gratitud.
Y por si esto pudiera ofenderla, dijo después: Usted, mamá, debe escuchar con gusto que Julia es guapa, porque además de ser su hija, se le parece notablemente. Tampoco admito esa flor encubierta... ¡Te has vuelto muy galante, Miguel! repuso la brigadiera dignándose sonreír afablemente. Más había de galantería que de verdad en lo que aquél acababa de decir.
A todos los encontraba la amable señorita poco adecuados; juraba y perjuraba que sólo se casaría cuando hallase el marido que había visto en sueños o al menos el que más se le pareciese. A esto contestaba la brigadiera que no fuese tonta, que todo era música celestial y que lo importante era casarse con un hombre capaz de mantenerla en la categoría y con el bienestar que había disfrutado siempre.
Comenzaron a escribirse por medio de la portera, se hacían señas desde el balcón y la calle respectivamente, citábanse para las casas conocidas, y burlando la vigilancia de la terrible brigadiera, se daban besos apasionados en los corredores. ¡Cuántas veces en sus cartas se hizo mención de aquel día infausto en que Miguel dejó caer a su hermanita sobre el borde de la cuna! ¡Cuántas hablaban de la particular afición que Julita tenía a despeinarle!
Porque la brigadiera no podía sufrir con paciencia esta simpatía: se irritaba contra su hija cuando pedía que le trajesen a Miguel sin demora, y mucho más cuando éste, motu propio, se llegaba a darla un beso.
Vivíamos en Sevilla muy cerquita de su casa. Es fiscal de la Audiencia y tiene las tres hijas que vas a ver... ésta es la primera, Sofía. ¡Uf qué fea!... Dispénseme VV., no he podido remediar este grito... Di lo que gustes manifestó la brigadiera. Hace ya tiempo que estamos todos en ello. Mira la tercera, Gertrudis. Pues ésta es más fea aún. Aquí está la segunda, Lola.
La brigadiera, sin oír más, se lanzó sobre ella, la cogió por un brazo y la sacudió tan fuertemente, que la chica perdió el equilibrio y cayó al suelo, dando con la cabeza sobre un pie del piano: lanzó un grito y se llevó la mano a la cabeza, de donde corría un hilo de sangre.
Palabra del Dia
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