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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Sus botas mostraban los tacones rotos y el cuero resquebrajado bajo los roídos bordes del pantalón.
Sí, señor, que le tengo respondió Bermúdez dirigiéndose a la alcoba de su gabinete , porque quien le va a acompañar a usted, soy yo. ¡Usted, señor don Alejandro? exclamó asombrado el boticario. Yo mismo, señor don Adrián respondió Bermúdez desde allá dentro , en cuanto me calce las botas. Así como así, no me vendrá mal orear un poco la cabeza fuera de casa.
Un día, papá entró en la cocina donde estábamos, y tomando una expresión indiferente, se paseó un instante por entre los calderos, resoplando y golpeando con su varilla las largas cañas de sus botas. ¿Te has vuelto inspector de cocinas hoy, papá? dije.
Porque traes pechera rizá y botones de brillantes y botas de charol ¿no hay más remedio que derretirse por ti? No, hijo, yo no me enamoro de la lencería ni de esos requiebros mohosos que traes siempre en la boca. Anda, vé á emplear tanta gala con las infelices que te han escuchado.
Al que no le convence un rayo, no le convence nada». «Pero respetaba la religiosidad exaltada de su esposa desde que veía que iba de veras». Llegaba de la calle; llamaba con una aldabonada suave... subía la escalera procurando que sus botas no rechinasen, como solían, y preguntaba a Petra en voz baja, con cierto misterio triste: ¿Y la señora? ¿dónde está? Como si preguntara ¿cómo va la enferma?
¡Ah! gritó, ahogando el grito antes de salir de los labios, Emma, que acababa de ver un pie de la Gorgheggi, al descender la tiple majestuosamente de su trono de madera pintada de colorines. Fuera un anacronismo o no, las botas de S. A. eran idénticas a las que había comprado ella por la tarde. Fuejos no había mentido. Lo mismo que las mías.
Esto es una enfermedad. ¿Si se morirá la gente de esto, de no dormir?... Entonces la muerte será un despabilamiento terrible. Francamente, envidio a las ostras. ¡Cómo entra el sol por mi cuarto! El pícaro va derecho a iluminar mis pobres botas, que ya no sirven para nada. También da de lleno en mi vestidillo para hacerle, con tantísima luz, más feo de lo que es. ¡Qué miserable estoy, Dios mío!
Ella debía haberlo notado. Si le hablaba del conde ruso, modelo de elegancia, al día siguiente Rafael, con gran asombro de los de su casa, sacaba su mejor ropa, y sudando bajo el sol, oprimido por el alto cuello, emprendía aquel camino que era su calle de Amargura, andando como una señorita para que el polvo no amortiguase el brillo de sus botas.
No: era una prenda híbrida, un arreglo del ruso al español, un cubrepersona de corte no muy conforme con el usual patrón. Ello es que su pañuelo rojo, sus lágrimas acabadas de secar, su gabán raído y de muy difícil calificación en indumentaria, su agraciado rostro, su ademán de resignación, sus botas mayores que los pies y ya entradas en días, inspiraban lástima.
No hablo del pie, borrico; el pie ya sé yo lo que vale; hablo de las botas.... Te pregunto si sabes quién tiene otras iguales. ¿Yo?, cómo he de saber.... Pues no hay más que estas y otras vendidas; me lo ha dicho Fuejos, el mismísimo zapatero, tu amigo Fuejos. No ha vendido más que estas y las de la tiple. Y por eso te preguntaba yo... alcornoque. Tienes una memoria como un madero.
Palabra del Dia
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