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No hay que afligirse demasiado dijo Montiño , nacemos para morir y mi hermano era viejo. ¿Y durará mucho tu ausencia, Francisco? dijo Luisa. Mañana, á más tardar, estaré de vuelta. Saca mi loba de camino, Inesita; y mis botas, yo voy por mis pedreñales, siempre es bueno ir bien preparado. Y Montiño abrió una puerta con una llave que sacó de su bolsillo, y entró y cerró.

Era inútil preguntar a Carlos si estaba contento de aquel día. Su dicha rebosaba como el champagne en una copa llena, y brillaba en el timbre de su voz, en el crujido de sus botas y en la antigua casa, poniendo la alegría en todos los muros y una sonrisa en los seres y en las cosas.

Porque, después de esto, ¿cómo tener confianza en el porvenir? si para vencer los rigores del presente había que agacharse a lamer las botas del aborrecido enemigo...

Muy alegre... en apariencia... muy animado... con sus grandes botas. Se echa en mis brazos: ¡Hurra! ¡mi tío!

Otra vez, como estuviera en mangas de camisa, le estamparon en la espalda una galerada recién impresa, con la tinta fresca de un letrero que decía: «Se vende este perroHasta llegaron a rellenarle las botas con la grasa de untar las ruedas de la máquina, mientras él estaba trabajando con alpargatas para mayor descanso.

La primera vez parecía una gran señora: traía un vestido de gro negro y un sombrero, que ya, ya... Poco después venía vestida de merino y con mantilla, algo desmejorada la cara. A la semana siguiente me pareció que su traje tenía algunas manchas, y sus botas algunos agujeros. Por fin el lunes de la semana pasada vino muy pálida y quejándose del pecho, con la voz ronca.

Quejábase ansí mismo de D. Pedro Velázquez, diciendo que por culpa suya, sin 200 botas de vino y más, sin otras vituallas que se llevaban las naves, por no haber dado orden que lo desembarcasen.

Las botas miraban con envidia al sombrero por el lustre que tenía. Nicolás Rubín presentose menos desaseado que otras veces, sintiendo no haber podido traer a D. León.

Para los domingos tenía un pantalón azul, más bien recortado que corto, unas botas usadas, de segunda mano, o mejor, de segundos pies, y una camisola que su madre cuidaba de planchar el sábado.

Y entonces se explicó Juanito por qué llevaba muchos días Estupiñá, pegadas a las botas, plumas de diferentes aves. Las cogía al salir, como las había cogido él, por más cuidado que tuvo de evitar al paso los sitios en que había plumas y algo de sangre.