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¿Para qué continuar esta farsa? preguntó con suma indiferencia, sacudiendo con su latiguillo el polvo que cubría sus altas botas. Porque la farsa no ha terminado todavía repliqué; y mientras dure me reservo el derecho de usar el nombre que mejor me cuadre. Corriente. Lo único que me proponía hacer era hablarle con entera franqueza. Porque no le quiero a usted mal, es usted todo un hombre.

Gastaba grandes bigotes retorcidos y perilla de cazo; la estatura elevada, el porte marcial, cabellos grises cortados a punta de tijera, levita negra, prolongada, más limpia y reluciente que un espejo, bastón de hierro que hacía estremecer el suelo, advirtiendo de su presencia desde muy lejos, pantalones cortos y botas de campana escrupulosamente charoladas.

«Que le cojan ahora dijo una mujer del pueblo, que después de la descalabradura del señor comisario, simpatizaba, ¡oh vilipendio!, con el criminal. ¡Que venga la guardia de la alcantarillaexclamó el concejal inflamado de coraje. Los guardias civiles y los de Orden Público trataron de remontar el arroyo; pero venía muy crecido. Peligraba el lustre de las botas y aun las botas mismas.

Al ponerse las botas, la rodilla derecha le dolía como si le metieran por la choquezuela una aguja caliente, y siempre que se inclinaba, un músculo de la espalda, cuyo nombre no sabía él, producíale molestia lacerante, que fuera terrible si no pasara pronto... «¡Qué bajón tan grande, compañero se decía , pero qué bajón! Y esto va a escape. Ya se ve.

Lleva unas botas blancas de verano, pero están muy estropeadas; el traje es de verano también, y la chaqueta, abrochada y subida, oculta el cuello juntamente con un pañuelo de seda. Estamos ya a principios de invierno, y este viejo debería llevar un traje de abrigo; pero no lo lleva. Y por eso, sin duda, tose pertinazmente, inclinando su cuerpo flaco, poniéndose la mano delante de la boca.

Repicaron pausadamente unas botas por el pasillo, y entró en la sala, sombrero en mano, vestido de negro, con rostro afable, algo impasible, el señor don Rodrigo Calderón, solariego del cercano valle del Nidal. Con acento muy frío y muy cortés, y lenguaje abierto y conciso, expuso a doña Rebeca el motivo de su visita.

Probablemente, como ofrenda de paz, limpió todas mis botas, deber que nunca le había exigido, incluyó en el obsequio un par de zapatos y unas inmensas botas de montar, todo de piel de ante, sobre las cuales tuvo ocasión de expiar durante dos horas sus remordimientos. He hablado de su honradez como cualidad más inteligente que moral, pero recuerdo dos excepciones.

El joven mayorazgo estaba vestido del modo siguiente: una ancha faja de seda color de amaranto le ceñía el cuerpo; sus calzones de ante se ataban bajo la rodilla, y sobre las medias de seda llevaba gruesas botas de cordobán con espuelas de plata.

El comandante Blumhardt se acordaba de los suyos, que vivían en Cassel. Ocho hijos, señor dijo con un esfuerzo visible para contener su emoción . Los dos mayores se preparan para ser oficiales. El menor va á la escuela desde este año... Es así. Y señalaba con una mano la altura de sus botas. Temblaba nerviosamente de risa y de pena al recordar á su pequeño.

Allá los hombres van con unos sombreros blancos y felpudos, casacas de color con los cuellos hasta el cogote, botas altas como las de la caballería; las mujeres con unas faldas como fundas de flauta, tan estrechas, que se les marca todo lo que queda dentro.