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Después de dar la última mano de gato a sus cabellos, Manolito salía siempre en la amable compañía de sus botas charoladas a pasear por delante de la casa de Elorza, y calle arriba, calle abajo, allí se estaba todo el tiempo que le permitían sus ocupaciones y alguna parte también del que le prohibían.

Voy a acompañar a los muchachos que se van contestó Melchor mientras, sentado en el borde de su cama, se calzaba tranquilamente las botas de montar. ¿Y usted también se va con ellos, don Melchor?... le preguntó insinuantemente Baldomero. ¡Ni pienso!... ¿a qué?... ¡No! Voy a acompañarlos hasta la tranquera del bajo.

De repente abriéronse de nuevo sus ojos; tiró su levita, la pistola, las botas y la misma silla, ató fuertemente a sus espaldas el precioso lío; con las desnudas rodillas apretó los costados de Jovita, y tendido sobre el lomo del animal la azuzó hacia la corriente.

Boscoso; adula, o como otros vulgares dicen, alude al boscan, que es una piel, al bosque o monte, porque hago botas de monte, y al oso, porque se engrasa el material con unto de oso.

Pero el portero, á pesar de lo terminante de la orden, creyó que era un desacato recibir á aquella hora á un joven que no era militar, ni venía en coche, ni traía botas á la farolé. Hízole esperar un buen rato, y por fin le introdujo, después de avisar para que despertaran al señorito. Este tardó un cuarto de hora en salir de su cuarto.

Al volver sus ojos hacia el suelo, vió erguido en la arena, sobre las puntas de sus botas para hacerse más visible y moviendo los brazos, á un pigmeo, mejor dicho, á un soldado, con casco de aletas y espada al cinto, el cual daba gritos para llamar su atención.

Yo pensé que estaba loco, y cuando le vi bajar del calesín, acercarse a la playa e internarse por ella hasta que el agua le cubrió las botas, corrí tras él lleno de zozobra, temiendo que en su enajenación se arrojase, como había dicho, en medio de las olas.

Bien pensado el caso, me dije que él no había de necesitarlos más, visto que le salía por pecho y espalda una flecha mía de las gordas.... ¿Qué más, qué más? Nos dimos otra zampada de camino, y éramos lo menos seis mil arqueros cuando llegamos á Isodún, donde también me favoreció la suerte. ¿Otra batalla? ¿Otro par de botas, Simón? se oyó decir á los arqueros. No, algo mejor que eso.

Metidos en sus grandes botas de charol, con el taco como aguja y con todo el frente bordado, daban vueltas pretenciosas de elegantes, pareciendo muñecos movidos por un mismo resorte, tal era la precisión con que seguían el compás que el máistro marcaba con la cabeza.

Una muchacha de falda corta, botas polonesas y pañuelo verde, por cuya punta asomaba una trenza de pelos rojos, daba vueltas al compás de la música. En torno de ella, un mocetón de camisa purpúrea danzaba de rodillas o se sostenía en portentoso equilibrio con las piernas casi horizontales y las posaderas junto al suelo.