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Actualizado: 14 de mayo de 2025
Son unas botas de don Manolito Cuevas; para un arreglo. Pues no se las arregles si no las paga por adelantado; es un hambrón, que no tiene ni para sardinas rezongó Xuantipa, recobrando su habitual rostro torvo, de Euménide . ¿Cuántos pares te debe? Belarmino no se acordaba con precisión. Lo mismo podían ser quince, que veinte, que veinticinco pares.
Sardou, que se indignó hasta el insulto contra el famoso Irwing, porque éste había representado el papel de Robespierre con botas de reverso y no con medias blancas de seda, no permite que nada quede encomendado á la discreción ó cuidado de los actores.
Todo el campo que este dia se caminó abunda mucho de leones, de cuyas carnes se proveyó la gente para comer, y de las pieles se calzaron muchos, haciéndose botas por estar descalzos, y entre ellos el capitan D. Juan Antonio Hernandez, quien habiendo muerto uno se hizo unas botas, con las que concluyó todo el resto de la expedicion.
Dejarla, dejarla dijo la Superiora . No decirle una palabra más. A la calle, y hemos concluido. Con gran dificultad se levantó Mauricia del suelo y recogió su ropa. Al ponerse en pie pareció recobrar parte de su furor. «Que se te queda este lío». Las botas, las botas. La tarasca lo recogió todo. Ya salía sin decir nada, cuando Guillermina la miró severamente. «¡Pero qué mujer esta!
Todo esto se le renovó a don Quijote en la soltura de sus puntos, pero consolóse con ver que Sancho le había dejado unas botas de camino, que pensó ponerse otro día.
De los dos hijos, Encarnación recogió al pequeñuelo, e Isidora partió al Tomelloso a vivir al amparo de su tío el Canónigo. De lo demás, algo sabe el lector, y el resto, que es mucho y bueno, irá saliendo. «¿Sabes que estás muy cesanta?» dijo la Sanguijuelera, observando el vestido y las botas de Isidora, cosas que en verdad dejaban mucho que desear.
Y como si tuviera mucha prisa, se despidió y repicó otra vez delicadamente sus botas por el pasillo. Salió entonces Narcisa de un escondite con su librote debajo del brazo y en la boca un surtidor de insolencias.
El portugués se llamaba o siñor Vasco de Meneses, caballero de la cartilla, digo de Christus. Traía su capa de luto, botas, cuello pequeño y mostachos grandes. Ardía por doña Berenguela de Robledo, que así se llamaba. Enamorábala sentándose a conversación y suspirando más que beata en sermón de Cuaresma.
Esta es la razón por la que casi siempre voy a la espera a pie, zabulléndome en pleno pantano, con enormes botas hechas de toda la longitud que el cuero permite. Camino con lentitud, prudentemente, temeroso de hundirme en el légamo. Me separo de los cañaverales, lleno de olores salitrosos y de saltos de ranas.
No pudo presentarse el Estudiantón a Belarmino con carta de recomendación más eficaz ni credencial más honrosa que aquel mal llamado par de botas, pues en rigor era un cuarto o un octavo de unas botas.
Palabra del Dia
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