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Actualizado: 3 de junio de 2025


Arreglaba un altar y vestía las imágenes mejor que ningún sacristán. Tapizaba muebles, hacía flores primorosas de cera, empapelaba habitaciones, bordaba con pelo, pintaba platos.

Se bordaba en blanco, en sedas de colores y en oro; el planchado era admirable; los roquetes, albas, paños de altar, sabanillas y almohadones para santos sepulcros, parecían obra de hadas; los ternos, casullas, mangas y estandartes, eran verdaderos prodigios artísticos; y como antes ocurrió que solía quedar un remanente de velas, comenzó también a tener la casa en almacén más de lo que había menester para sus obsequios.

Cecilia trabajó en él, con sorpresa profunda de las costureras. Unas lo achacaban a bondad, otras a indiferencia. Lo cierto es que su fisonomía, aunque un poco marchita, expresaba la misma serena alegría de siempre. Sus manos se movían formando las iniciales de su hermana con la misma ligereza que cuando bordaba las suyas.

Nieves, pasando y repasando maquinalmente la aguja con que bordaba, por el cendal finísimo que cubría su bordado, y la vista perdida en el aire, dio a entender con un gesto y una leve sacudida de sus hombros, que lo mismo le daba.

Juanita cosía o bordaba; pero como esto se hace con las manos, su lengua quedaba expedita y charlaba más que una cotorra. Yo añadía Juana la Larga no coso ni bordo de noche, porque tengo la vista perdida, y así estoy mano sobre mano o paso las cuentas de rosario y rezo. Si alguna vez está usted de mal humor, podemos echar juntos cuatro o cinco manos de tute, que yo que a usted le agrada.

Hoy no he rezado nada decía la devota á Clara al día siguiente de la entrada de Lázaro en casa de las Porreñas. Estaban sentadas las dos en el sitio de costumbre. Doña Paulita tenía en la mano nada menos que á San Juan Crisóstomo. Clara bordaba en un pequeño telar. Su cara expresaba la más calmosa y profunda melancolía. En cambio la otra parecía muy inquieta, contra su costumbre.

Las señoritas hacían labor con su aya Miss Old-Cheese, ratona inglesa muy ilustrada, y la señora de Pérez bordaba para su marido un precioso gorro griego al calor de una chimenea en que ardía alegre fuego de rabitos de pasas. Sirvieron el Adelaida y Elvira en primorosas tazas de cáscaras de alubias, y luego se hizo un poco de música.

En la sacristía, guarnecida en derredor de cómodas, cuya parte superior formaba una mesa prolongada, los cajones estaban abiertos y vacíos. En ellos se guardaron antes las albas de holán guarnecidas de encajes, los ornamentos de terciopelo y de tisú, en los que la plata bordaba el terciopelo; el oro, la plata, y las perlas, el oro.

Era primorosa en cuantas labores ponía mano, escribía admirablemente, pintaba flores con gusto de artista, cantaba como un ángel, bordaba como una madrileña del siglo XVII, hablaba francés como si hubiese nacido en Orleans, y finalmente, para cuanto fuese brillar, lucirse y cautivar, tenía maravillosas aptitudes, gracia irresistible y atractivos de gran señora.

Así que fue viva su sorpresa al recibir un día la visita del artista en traje de ceremonia. La esposa del antropólogo no estaba sola. Su hija Presentación bordaba a su lado cerca del balcón. El artista avanzó con tan amable sonrisa que su boca se dilataba de un modo imponente. Buenas noches, D.ª Carolina... ¡digo no! Buenos días, D.ª Carolina; buenos días, Presentacioncita.

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