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Actualizado: 2 de julio de 2025


, disparates para dichos, pero no para pensados.... En fin, ¿qué tengo yo que ver con ella? Nada. Probablemente Emma no me dejará volver al teatro...». Y se durmió pensando en la frente y en la voz de la Gorgheggi. Al día siguiente, a las doce de la mañana había ensayo, y allí estaba Bonifacio, más muerto que vivo, barruntando la escena que le preparaba, de fijo, su mujer, a la vuelta.

No importa dijo Sebastián ; puede ser un dolor reflejo. ¿Y qué es eso? No lo ; pero me consta que los hay. No era tal cosa; era un dolorcillo reumático ambulante; pocos momentos después lo sintió Emma en la espalda. Resultó, en fin, que no era nada; pero siempre sería cierta una cosa: que Bonifacio estaba tocando la flauta en el instante en que su esposa se creía a las puertas del sepulcro.

Asimismo el dicho Luís Sánchez, suele cometer delitos crímenes, especialmente el susodicho estuvo preso en la cárcel real de esta ciudad por mandado del alcalde Bonifacio, por haber vendido mucha cantidad de trigo, y fué sentenciado á graves penas é destierro, que pasó la causa ante Juan de Castro, escribano.

Es de notar que Bonifacio, hombre sencillo en el lenguaje y en el trato, frío en apariencia, oscuro y prosaico en gestos, acciones y palabras, a pesar de su belleza plástica, por dentro, como él se decía, era un soñador, un soñador soñoliento, y hablándose a mismo, usaba un estilo elevado y sentimental de que ni él se daba cuenta.

Y se acostó Bonifacio, discurriendo: «¡, es muy hermosa, pero lo mejor que tiene es la frente; no lo que dice a mi corazón aquella curva suave, aquella onda dulce!... Y la voz es una voz... maternal; canta con la coquetería que podría emplear una madre para dormir a su hijo en sus brazos: parece que nos arrulla a todos, que nos adormece... es... aunque parezca un disparate, una voz honrada, una voz de ama de su casa que canta muy bien: aquella pastosidad, como dice el relator, debe de ser la que a me parece timbre de bondad; así debieran cantar las mujeres hacendosas mientras cosen la ropa o cuidan a un convaleciente... ¡qué yo!, aquella voz me recuerda la de mi madre... que no cantaba nunca. ¡Qué disparates!

Del que restituye.... No señor; del difunto... de otro difunto. No me tire usted de la lengua, eso no está bien. No, si yo no tiro... ¡Dios me libre! Ello será que la casa Valcárcel prestó este dinero sin garantías... y ahora.... El cura estaba diciendo que no con la cabeza desde que Bonifacio había dicho casa. No, señor; no fue préstamo, fue donación inter vivos. ¿Y entonces?

Se le ofreció un destino en un pueblo de la provincia, a tres leguas de la capital, un destino humilde, pero mejor que la administración del periódico mejicano. Bonifacio aceptó, se volvió a su tierra; quiso saber a quién debía tal favor y se le condujo a presencia de un primo de Emma, rival algún día de Reyes. A la semana siguiente Emma y Bonifacio se vieron, y a los tres meses se casaron.

Hasta se notó que miraba a Bonifacio con mayor respeto que nunca. En efecto; se le había sorprendido muchas veces contemplando al marido de Emma con extraña curiosidad, con una expresión singular, en que nadie podría adivinar ni una ráfaga de burla. Era, en fin, decían todos, la suma discreción. La única vez que Minghetti y Emma hablaron del embarazo, sirvió para tormento de Bonis y del Sr.

De las sonrisas y los saludos poco se tardó en pasar a las buenas palabras: Bonifacio y otros señores de su palco reían discretamente los chistes con que Mochi se burlaba con disimulo de la orquesta, que era indígena y desafinaba como ella sola; un lechuguino, que tenía fama de hacer grandes y muy valiosas conquistas entre bastidores, se atrevió a servir de intérprete, a su modo, entre el tenor y un trompa a quien el artista dirigió una cortés reprimenda en italiano.

Hubo un momento de silencio. Estaban en mitad del paseo de los Álamos, desierto a tales horas. La luna corría, detrás de las nubes tenues que el viento empujaba. Serafina dijo Bonifacio con voz temblona, pero de un timbre metálico, de energía, en él completamente nuevo ; Serafina, usted debe de tenerme por tonto. ¿Por qué, Bonifacio?

Palabra del Dia

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