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Actualizado: 2 de julio de 2025
El origen debía de ser también acto de amor; no había motivo racional para suponer un momento en que los ascendientes amaran menos al hijo que este al suyo.... Bonifacio se había vuelto un poco hacia la pared; la luz, colocada en la mesilla de noche, pintaba el perfil de su rostro en la sombra sobre el estuco blanco.
Bonifacio no comprendía; ni lo intentó apenas. ¿Qué le importaban a él las risas necias de aquella gentuza, que le habían comido el pan de su hijo, y que estaba dispuesto a arrojar de su casa? La comitiva se puso en movimiento. Emma había decretado, y no había más remedio que callar, que Sebastián fuese padrino y Marta madrina. Se habían dado órdenes para que la ceremonia fuese de primera clase.
Recordaba que en las enfermedades de sus padres y de sus hermanos, todos ya muertos, siempre había tomado al médico por Providencia; en vano era que en los tiempos de salud en casa participase del general escepticismo de que los mismos doctores solían hacer alarde; caía un ser querido en cama, y ya estaba Bonifacio creyendo en la medicina.
Se abrió la puerta de la alcoba, y antes que nada, Bonifacio oyó distinto, claro, el quejido sibilítico de un recién nacido. «¡Su propia carne volvía a nacer llorando!». ¡Un niño, tiene usted un niño, señor! gritaba Eufemia, que entraba como un torbellino y llegaba hasta tocar al pasmado Bonis, sin reparar en que estaba el señorito en camisa en mitad de la alcoba.
Sin contar con que Bonifacio, menos instruido todavía que su historiador, ni de propósito hubiera podido dar con ciertas frases que aquí suelen usarse para interpretar aproximadamente las tribulaciones de su espíritu. Fuera como fuera, la Gorgheggi no despertó con todo aquel ruido.... psicológico de su querido.
Bonifacio vio dos actos de La Extranjera la noche del estreno, y con un supremo esfuerzo de la voluntad se arrancó de las garras de la tentación y volvió al lado de su esposa, de su Emma, que, amarillenta y desencajada y toda la cabeza en greñas, daba gritos en su alcoba porque su esposo la abandonaba, acudiendo tarde, muy tarde, media hora después de la señalada, a darle unas friegas sin las cuales pensaba ella que se moría en pocos minutos.
El que mostraba más alegría y satisfacción entre todos era un natural de Bonifacio, tostado, pequeño y rechoncho, a quien llamaban Palombo. Este pasábase el tiempo cantando aun en medio de los mayores temporales.
No dormían juntos, sino en habitaciones muy distantes; pero el marido, en cuanto se levantaba, que no era tarde, tenía la obligación de correr a la alcoba de su mujer a cuidarla, a preparárselo todo, porque la criada tenía irremediable torpeza en las manos; y en esta parte Emma hacía a su Bonifacio la justicia de reconocerle buena maña y dedos de cera.
Pasa tiempo, muere usted, es un decir, y muere también el otro; pero antes de morir se arrepiente de la trampa, y quiere devolver a los herederos de usted el dinero que, en rigor, no es suyo, aunque usted se lo ha dado.... inter vivos. Ni palabra. Bonifacio no comprendió que se trataba de uno de aquellos agujeros de honor que D. Diego había tapado con dinero.
Usted, amigo Bonifacio, a la cama; a la cama unas cuantas horas, porque esto puede ser largo, y vamos a necesitar las fuerzas de todos; y si no descansa usted ahora, no podrá servir como tropa de refresco cuando se necesite.
Palabra del Dia
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