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Actualizado: 5 de octubre de 2025
Acercósele Amaury y quiso besar su mano; pero Magdalena fingió no advertir su ademán a pesar de haber delante un espejo y señalándole a la costurera una arruga casi invisible del corpino, dijo: Hay que quitarla en seguida, porque, si no, tiro en el acto este traje y me visto con el primero que encuentre a mano.
Anda, que se arreglen, que se casen si pueden, y ya se cansarán como me he cansado yo de mi mujer. ¡Si pudiera darle a su Cristeta para toda la vida! ¿Quiere conquistar a lo rico, sistema de llegar y besar el santo? Pues santo para in eternum.
Sólo una tenue brisa cargada con los acres olores de los pinos de la orilla venía a besar tímidamente la espalda turgente de las aguas y los cuellos no menos turgentes y frescos de las señoras. No era todavía una brisa legítimamente marinera sino mestiza, con las cualidades de mar y tierra.
Y el buen payés, con su mirada lacrimosa, parecía besar al herido, acompañándole en esta caricia muda las dos mujeres, que, encogidas junto a la cama, pretendían devolverle la salud con sus ojos. Esta mirada de cariño y de zozobra dolorosa fue lo último que vio Febrer.
Recuerdo que un dia cierto baron ó conde muy estimable, me invitaba á dejarme presentar en Palacio para conocer la Corte de cerca y besar la mano á la reina. Le contesté riendo: «Señor mio, no tengo inconveniente en besarle la mano á una dama; por galantería; pero cuando la dama fuese reina, me sentiría humillado en mi altivez de republicano.
El notario recogió sus papeles, metiólos dentro de un cartapacio, y con éste bajo el brazo, fué a besar el anillo cardenalicio, y salió de la estancia después de hacer profunda reverencia. En seguida ordenó a su camarero: ¡Que pase el Conde! Don Fabricio de Portinaris rayaba en los cincuenta años.
Miguel, aprovechando uno de estos abrazos, y a favor de la oscuridad, cogió la trenza de Maximina, que colgaba por la espalda con un lazo de seda en la punta, y la llevó a los labios. ¿Qué hace V.? dijo la niña volviéndose rápidamente. Besar la trenza de su pelo. ¿Y por qué hace V. eso? preguntó con sorpresa. Porque me gusta. Maximina bajó los ojos y guardó silencio.
Ya veo a mi mujer detrás de las cortinas... ¡adelante, Juanillo, adelante!... Está la pobre en camisa... ji... ji... me hago como que no la veo... se va a creer que estoy loco... ¡ji ji!... ¡adelante, Juanillo, adelante! Juan obedecía a su hermano, aunque sin gusto ya, porque deseaba conocer a su cuñada y besar a sus sobrinos.
¿Qué otra cosa podría haber dicho, Perla, respondió su madre, sino que no era esta la ocasión de besar á nadie, y que los besos no deben darse en la plaza del mercado? Perfectamente hiciste, locuela, en no hablarle. Hubo otra persona que expresó igualmente sus ideas acerca del Sr. Dimmesdale. Esta persona era la Sra.
Siga usted escribiendo: «Me gustas mucho», «Necesito veinticinco luises para mi costurera», «Tengo gana de ese sombrero tan bonito», «Querría un hermoso diamante para el día de mi santo», «Tengo sentimientos religiosos»... ¡Esto es muy importante...! «Soy de buena familia», «No sea usted brutal», «Hoy es imposible; pero dentro de tres días seré suya», «Esta noche tengo mucho apetito»... Y luego: «Siento mucha sed»... Y después: «Págueme el coche»... A continuación: «¡Qué bien sabes besar...!» «¡Cochinillo mío...!» «¡Nunca me quisieron así...!»
Palabra del Dia
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