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Actualizado: 5 de julio de 2025


Por cierto que su primer rayo no hirió directamente nuestras pupilas, sino que fué á besar con amoroso respeto un arrogantísimo torreón gótico, que ya habíamos divisado enfrente de la Estación, sobre las ruinas de una antigua fortaleza. Era la famosa Torre del Homenaje del celebérrimo Castillo de la Mota.

¡Así! replicó la dama vivamente. Y al mismo tiempo le echó los brazos al cuello y le cubrió el rostro de fuertes y apasionados besos. Raimundo se estremeció. Dejóse besar por algunos instantes como un cuerpo inerte. Al fin, doblándosele las piernas, exclamó con acento desgarrador: ¡Oh, Clementina, me estás matando! Y cayó al suelo privado de sentido. El susto de ella fué grande.

¡Cuánto sufría! ¡Interesada ella, que sólo le hizo gastar en unos cuantos cafés! ¡Desbaratacamas una mujer a quien no consiguió besar sino tres o cuatro veces en la nuca y por sorpresa!

Tenía la devoción de la Virgen profundamente arraigada en el corazón desde la infancia: como apenas había conocido a su madre, buscó por instinto en la de Dios la protección tierna y amorosa que sólo la mujer puede dispensar al niño; había compuesto en honor suyo algunos himnos y plegarias, y no se dormía jamás sin besar devotamente el escapulario del Carmen que llevaba al cuello.

No hay odio en mi corazón ni puede haberlo para la madre de mi madre... Déjeme usted besar sus manos». La marquesa parecía muy disgustada de tal escena. Volviendo el rostro, apartaba de a Isidora. Esta se puso en pie. Tuvo otra inspiración más audaz que la anterior. Con gentil arrogancia separó su velo para mostrar más completos el rostro y el busto.

Al llegar a la cruz del Rompeolas, los hombres suelen poner en ella la mano y las mujeres los labios. En el camino, Cashilda me explicó una particularidad que yo no sabía. Si las chicas quieren un novio marino me dijo , tienen que besar la cruz por el lado del mar; y si lo quieren terrestre, por el lado de tierra. Según parece, hay algunas que no tienen inconveniente en ser anfibias.

¿Es para algún asunto de conciencia, hija mía? preguntole el prelado dulcemente, dándole al mismo tiempo su anillo a besar. , señor respondió la joven con voz alterada por la emoción. Es para un asunto de la conciencia de Su Ilustrísima. ¿De mi conciencia? exclamó el obispo, irguiéndose lentamente y dejando caer sobre ella una mirada de sorpresa y curiosidad.

Los pobrecitos presos, agarraos a las rejas, como si fuesen malas bestias, le cantaban al Señó unas cosas muy tristes, unas saetas hablando de sus jierros, de sus penitas, de la madre que lloraba por ellos, de sus hijitos que no podían besar.

Entonces, él la deja en el suelo, y con mirada temerosa observa a su alrededor. ¿Los ha visto alguien?... No, nadie... ¿Y después de todo?... ¿Qué importa?... El hermano de Martín puede besar muy bien a la mujer de Martín. ¿No exigió eso él mismo, un día? La joven abre los ojos; parece salir de un sueño. Su mirada evita la de Juan. No está bien lo que has hecho, Juan.

Pilar murió un mes más tarde; su vida se apagó dulcemente en brazos de Pablo y de Casilda, después de besar al pequeño Aquiles, o Quilito, como ella le decía.

Palabra del Dia

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