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Estos, á quienes había llegado antes la fama de su venida, le festejaron con demostraciones de extraordinaria alegría; cercáronle todos en rueda, y los varones todos, uno por uno, le fueron besando la mano; querían hacer lo mismo las mujeres; mas el santo varón que se deshacía todo en lágrimas de consuelo, les dió á besar la imagen de la Virgen santísima, que traía en la mano.

La vio acercarse, en el salón, a la madre de Charito, una señora gruesa, entrada en años, de cara bondadosa y un aire de distinción sonriente; conversaba animadamente con otras señoras y se interrumpió sólo por un instante para besar a Adriana en las mejillas. Un grupo de muchachas, acercándose, la acogieron luego con pequeños gritos, acariciándola y besándola con alegría.

¡Eso sería matarme, niña mía! ¿Sabes por qué me pongo enfermo? por no poder besar esos ojos que me asesinan. ¡Jesús! exclamó Venturita soltando la carcajada. ¡Qué fuerte te da! ¡Siento no poder curarte! ¿Permitirás que me muera? Si. ¡Gracias! Déjame besar tus cabellos entonces... No. Tus manos. Tampoco. Déjame besar cualquier cosa tuya... ¡Mira que me haces mucho daño!

Cuando todos hubieron salido, usted se arrodilló para besar esa mano. ¡Y ahora qué fría está! ¡Usted le había jurado fidelidad eterna hasta la muerte! ¡Bésela, pues, caballero fiel! El conde, inmóvil, rígido y más frío que el cadáver que tenía enfrente, expió en un minuto tres años de dicha ilegítima. En esto trajeron al duque que también pagaba, y bien caro, una vida de egoísmo y de ingratitud.

Aquella exclamación era un grito de afecto, de entusiasmo, y a la vez de un vago remordimiento que jamás había podido desechar de . ¡Qué buena eres! ¡qué buena eres! repitió con lágrimas en los ojos. Lo que has hecho aquella noche... ¡Oh! eso no lo hace nadie... ¡Nadie!... Una santa que bajase del cielo no lo haría... Ninguno de los que vivimos a tu lado merecemos besar el polvo que pisas...

Aquel desagradable suceso tomaba aspecto tan propicio, que me sentí enternecido y con ganas de besar la orla del vestido de doña Tula, como don Oscar había previsto cuando me habló de ella. Sin embargo, noté que Gloria continuaba grave y sombría, como había quedado así que se le pasó el susto.

"Apenas pusimos los pies en la ribera, cuando un escuadrón de pescadores, que así lo mostraban ser en su traje, nos rodearon, y uno por uno, llenos de admiración y reverencia, llegaron a besar las orillas del vestido de Auristela, mi hermana, la cual, a pesar del temor que la congojaba de las nuevas que la habían dado, se mostró a aquel punto tan hermosa, que yo disculpo el error de aquellos que la tuvieron por divina.

La corza se dejó besar por Clarita en un lucero blanco que tenía en la frente, y se comió cuatro bizcochos que ella misma le dió con su mano. Don Valentín se maravilló, simpatizó y hasta se enterneció con la mansedumbre de aquel lindo animalejo.

Arremetía como un león irritado, pero salíale al encuentro un tapaboca de la zapatilla de la espada del licenciado, que en mitad de su furia le detenía, y se la hacía besar como si fuera reliquia, aunque no con tanta devoción como las reliquias deben y suelen besarse.

Llegando a la sala, la mujer y la niña fueron derechas al sillón, y mientras Carmen se inclinaba devota a besar las manos del enfermo decíale Rita acongojada: ¿Se siente mal? Sin responder a esto, el de Luzmela preguntó a su vez, mirando a la vieja: Oye, ¿a ti qué te parece de mi hermana: es buena?