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Actualizado: 12 de junio de 2025
Mi amiga se inclina con su gracia habitual ante la abuela, que la besa en la frente, y va a sentarse a mi lado después de haber yo saludado a las recién llegadas y preguntado por Pomme, la gata favorita de la señorita Bonnetable, y por Loustic, su perro. La Bonnetable no se parece en nada a la Sarcicourt, de la que es casi contemporánea.
PELAYO. Digo que puedes llegar. SANCHO. Ya, Pelayo, viendo estoy A quien toda el alma doy, Que no tengo más que dar: Aquel castellano sol, Aquel piadoso Trajano, Aquel Alcides cristiano Y aquel César español. PELAYO. Yo, que no entiendo de historias, De Kyries, son de marranos, Estó mirando en sus manos Más que tien rayas, vitorias. Llega y a sus pies te humilla; Besa aquella huerte mano.
Dejadme esta noche solo retroceder a mi cuna, ver que la besa y la envuelve un suave rayo de luna; no me arranquéis de los ojos una lágrima importuna... ¡Dejadme solo esta noche, que la noche está de luna! Alcé mi frente. La vida no me daba su respuesta.
-No, por cierto, Sancho amigo -dijo a esta sazón el duque-, que yo, en nombre del señor don Quijote, os mando el gobierno de una que tengo de nones, de no pequeña calidad. -Híncate de rodillas, Sancho -dijo don Quijote-, y besa los pies a Su Excelencia por la merced que te ha hecho.
Este poeta tiene una memoria feliz. El pobre hombre no acierta ni por casualidad. Tanto artificio, tanta falsificación poética, la lluvia de lugares comunes, me ponen muy nervioso. Tal vez hubiera llegado a agredirle si no llega a volver la niña rubia que llevó los versos al periódico y que retorna con cinco duros. El mal poeta la besa en la frente con sincera ternura.
Pero cuando se hace más íntima, más discreta es en los cortos momentos de respiro, cuando las nobles doncellas se yerguen para hacer descansar sus brazos y sus piernas entumecidas. Entonces se hablan al oído y sonríen mientras el arroyo cristalino besa con placer sus pies desnudos. Mas he aquí que Demetria se va quedando grave sin saber por qué, grave y pensativa.
El grito de Don Mauro es un claro clarín. ¡Para mí, tres! Una rincón en la iglesia de Flavia-Longa. Lega como mosconeo, la voz desentonada y gangosa el abad, un exclaustrado ordo, que guía las Cruces en la Capilla e Jesús Nazareno. Una mujeruca del pueblo, que lleva el manteo a modo de capuz, suspira al terminar sus rezos y besa la tierra con la lengua.
¡Hermano! exclama. Y con ruidosos sollozos cae a sus pies. ¡Mi nene! ¡mi querido nene! Y Martín, en medio de sus lágrimas, lanza gritos de alegría y lo besa, lo aprieta contra él, como si quisiera no dejarlo marchar. Al fin te encuentro... ¡Oh Dios! Ahora todo irá bien... ¿no es verdad? Di... todo esto no era más que pura fantasía, pura locura. ¿Tú no sabes lo que has hecho, eh? Ya no te acuerdas.
No hay nada, y sabes cuándo va... No me sofoques, Marianela, no me sofoques!... Y tú ¿cuándo vas? El martes. ¿Y él lo sabe? Sí... ¡Y dices que no hay nada!... ¡Vete, Marianela, vete; te echo, te echo!... Margarita me abraza y me besa en medio de un alborozo en que palpita a brincos su joven corazón. ¿Vendrás, Marianela? Mira que me haces mucha falta... Iré.
En medio de la noche nos llama y estrecha tus manos y las mías, como cuando estuvimos juntas con él sobre el tablado. Y en el bosque, donde solo los antiguos árboles pueden oir á uno, y donde sólo un pedacito de cielo puede vernos, se pone á hablar contigo sentado en un tronco de árbol. Y me besa la frente de modo que el arroyuelo apenas puede borrar su beso.
Palabra del Dia
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