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Actualizado: 13 de junio de 2025
A pesar de su grande autoridad como hombre de ciencia y a pesar de la austeridad de sus costumbres, el Padre Ambrosio era benigno y afable con todos los hombres y más aún con los desatendidos y desdeñados.
Sola no sabía qué decir. Las palabras que oía revelaban tal convicción y D. Benigno le infundía tanto respeto, que no se atrevió a contestarle ni a defenderle contra su buen sentido. Pensó primero que debía insistir en lo del matrimonio; pero afortunadamente desistió de una idea que habría sido impropia.
El alcalde don Roque, que desde tiempo inmemorial venía asistiendo a la tienda de la Morana en compañía de don Segis el capellán de las monjas Agustinas y don Benigno el coadjutor de la parroquia, y se bebía en el transcurso de la noche, de cuatro a ocho vasos de vino de Rueda, según las circunstancias, no pudo sufrir el hogar doméstico más de tres días y salió también a la calle.
La primera es la de que si en un instante con el pensamiento pudiese trasladar a mi hija a un clima más benigno, a Niza, a Madera o a Palma, tal vez se salvaría. ¡Oh! ¿Por qué Dios no me ha dado un poder igual a mi amor, el poder de disponer del tiempo, de suprimir el espacio, de trastornar el mundo?... ¡Oh, rabia!... La otra idea es que en cuanto se muera mi hija se descubrirá tal vez, o acaso descubriré yo mismo el remedio que con tanto afán buscamos.
Porque me la ha recomendado la hermana de don Benigno, el vicario, y es de confianza. Bueno; pues mañana, haga la cena la muchacha o la hagas tú, se ha de cenar a las sietes. Al día siguiente, la cena estaba a las ocho.
Ya no somos novios repitió D. Benigno . Aquello era una tontería. ¡Me lo ha revelado Dios por conducto de estos achaques míos, y mi razón me dijo tantas, tantas cosas!... No dudé, ni por un instante, de la sinceridad de tu consentimiento.
D. Benigno hacía los imposibles por impedir que las lágrimas salieran de sus ojos, y ya miraba al lecho, sin dejar de atender con toda su alma a lo que Sola decía, ya estiraba los músculos de su cara, ya en fin ponía diques al llanto queriendo convertirlo en benévola risa. Por último, pudo más su emoción que su dignidad y se llevó la mano a los ojos.
Al decir esto, Cordero le miró atentamente, por sorprender en su cara el efecto que aquella declaración le causaba; pero la cara del jesuita no expresó nada. Era una cara de palo. Llevaremos el susto con paciencia dijo el Padre Gracián, ofreciendo al héroe un polvo, que por no ser de Manresa, aceptó gustoso D. Benigno.
El Alma se presenta con vestido de penitente, y se arrodilla contrita delante del Señor, que la acoge benigno; le promete el perdón, porque su arrepentimiento es sincero, y le ofrece el Sacramento del Altar como prenda de su gracia. El auto segundo, cuyo argumento expondremos también, y que se titula Las aventuras del hombre, comienza con la expulsión del Paraíso de nuestros primeros padres.
Esos proyectos los tuve replicó Salvador con firmeza . No fui a los Cigarrales con otro objeto. Detuvo D. Benigno su voz y sus manos, como alelado, y preguntó: ¿Y ella? No quiso oírme. Mi situación al salir de los Cigarrales era bastante desairada. ¿Y después? He pensado que por negligente y confiado perdí la partida. ¿Y qué hay en usted ahora? Resignación. De modo que si yo no existiera....
Palabra del Dia
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