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Felipe V, le nombró Obispo de Teruel; tomó posesión en 4 de Junio de 1701; hizo muchas limosnas, y costeó el retablo mayor de la Iglesia de San Martín, el de las Monjas descalzas de Teruel, y el de las Agustinas de Rubielos: murió en su cuarto habitación repentinamente al llegar de paseo el día 1.º de Abril de 1717: su pérdida fue llorada universalmente y fue enterrado con gran pompa en la Catedral.

En la Plazuela del Águila se eleva un hermoso edificio greco-romano, que colegimos sería la famosa Iglesia de las Agustinas, de que tanto habíamos oído hablar en Madrid. Ni por un instante nos ocurrió penetrar en ella, sino que dejamos su examen para la tarde ó para el día siguiente, á fin de estudiarla con el debido detenimiento.

De lo contrario, las luces del altar mayor, el incienso, el polvo, la incuria y los sacristanes y monaguillos, acabarán con aquella obra maestra, ya muy deteriorada. Pero se me ocurre otra idea. La iglesia y comunidad de las Agustinas tienen por patrono al Conde de Monterey, á sea al Duque de Alba.

En mi sentir, y en el de mis compañeros de expedición, el Estado debía hacer que se recompusiera y copiara tan peregrino lienzo; dejar la copia á las Agustinas de Salamanca, y comprarles el original, para colocarlo en el Museo Nacional de Madrid.

El P. Gil, aunque no se lo confesase claramente, estaba contentísimo de librarse de aquella inquieta y enfadosa beata, que a todas horas le molestaba, y que el día menos pensado podía comprometerle gravemente. Se trató la cuestión de convento. El P. Gil deseaba que fuese al de Agustinas de Lancia, pero la joven prefirió una regla más estrecha.

Nada se adelanta con alterarse. El teniente, que esperaba que don Segis participase de su indignación, recibió un nuevo golpe, y calló, devorando su enojo. En esta ocasión fué cuando se manifestó la sorda enemiga del capellán de las Agustinas por la injustificada preferencia que don Benigno otorgaba al convento naciente. El teniente se volvió entonces hacia el señor Anselmo y don Juan el Salado.

Luego, cuando a los pocos pasos se desprendieron todos para desalojar el ácido úrico de su cuerpo frente a las tapias de las Agustinas, el mismo don Segis manifestó en voz alta que aquella noche no tenía deseos de irse a la cama, y les acompañaría. Mas el teniente le dijo al oído que deseaba hablar con él en secreto, y ambos se quedaron delante del convento.

El alcalde don Roque, que desde tiempo inmemorial venía asistiendo a la tienda de la Morana en compañía de don Segis el capellán de las monjas Agustinas y don Benigno el coadjutor de la parroquia, y se bebía en el transcurso de la noche, de cuatro a ocho vasos de vino de Rueda, según las circunstancias, no pudo sufrir el hogar doméstico más de tres días y salió también a la calle.

Acaso se arguya que en Sarrió las monjas Agustinas también fabricaban dulces; pero debemos advertir que esta fabricación estaba limitada exclusivamente al rallado de ciruela, membrillo, pera y albaricoque, alguna que otra tarta de almendra y borraja, y un dulce especialísimo parecido a las escamas de los peces llamado flor de azahar. No hay que dudarlo; en Sarrió había pocos golosos.

Vasta tristeza flotaba sobre la ciudad guerrera y monacal, y, en medio de aquel recogimiento, el niño creyó escuchar un coro lejano, un himno alucinante. Eran acaso las monjas agustinas. Por momentos, un hálito sagrado parecía pasar entre las voces y estremecerlas como llamas de cirios. Ramiro recordó las descripciones que su madre le hacía del Paraíso y del Purgatorio.