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Actualizado: 16 de junio de 2025
Se avergonzó de haber empleado tanto tiempo en leer tales quimeras, cuando estaban ahí los hechos, los hechos constatados, la albúmina, el ácido úrico, el almidón, en triste e injustificado abandono. Y un día que se trató de la prensa en el café sostuvo con D. Dionisio Oliveros, el vate burocrático, una acalorada discusión.
Luego, cuando a los pocos pasos se desprendieron todos para desalojar el ácido úrico de su cuerpo frente a las tapias de las Agustinas, el mismo don Segis manifestó en voz alta que aquella noche no tenía deseos de irse a la cama, y les acompañaría. Mas el teniente le dijo al oído que deseaba hablar con él en secreto, y ambos se quedaron delante del convento.
Sí, señor; suelo tener deseos de orinar, sobre todo cuando estoy demasiado tiempo sentado a la mesa respondió con extremada amabilidad Oliveros. ¿Y no ha observado usted si en la orina suelen quedar algunos sedimentos? Muchos sedimentos. Yo orino casi siempre barroso. Moreno dirigió a su amigo una sonrisa triunfal, hizo algunos guiños expresivos y por último le dijo al oído: Fosfato úrico.
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