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Actualizado: 5 de junio de 2025


Los enormes y desnarigados reyes de piedra que rodean el jardinillo, surgen de entre los árboles como grandes espectros blancos. Las llamas del gas se agitan en sus fanales de vidrio, proyectando sombras temblorosas en el suelo húmedo y barroso. No pasa casi nadie: sólo se oye de rato en rato la sorda trepidación del tranvía y continuamente el rápido y corto pasear de los centinelas de Palacio.

La iglesia, que apartándose del trato de las gentes se elevaba a corta distancia del camino, estaba cerrada, y en torno de la cruz que servía de coronamiento a su veleta revoloteaba una bandada de pájaros. En el camino, húmedo y barroso por la lluvia tenaz que cayera dos días antes, se veían innumerables huellas de herraduras y de pesadas llantas.

, señor; suelo tener deseos de orinar, sobre todo cuando estoy demasiado tiempo sentado a la mesa respondió con extremada amabilidad Oliveros. ¿Y no ha observado usted si en la orina suelen quedar algunos sedimentos? Muchos sedimentos. Yo orino casi siempre barroso. Moreno dirigió a su amigo una sonrisa triunfal, hizo algunos guiños expresivos y por último le dijo al oído: Fosfato úrico.

Allí, el Marqués de Malagón, Ulloa y Saavedra, y el Marqués de Malpica, Barroso y Ribera, y el de Frómista, padre del Marqués de Caracena, celebrado por Marte castellano en Italia, y el Conde de Orgaz, Guzmán y Mendoza, de Santo Domingo y San Ilefonso , todos Mayordomos del Rey.

Las paletas, envueltas en un mantón, con el pañuelo fuertemente anudado a las sienes, volvían a cargar sus mercancías en los serones, y apoyando el barroso zapato en la báscula, saltaban ágiles sobre su asno, azuzándolo al trote hacia Madrid, para vender sus huevos y verduras en las calles inmediatas a los mercados. La invasión de los traperos hacíase más densa al avanzar el día.

No consintió el cura que le tocasen, sino púsose en la cabeza un birretillo de lienzo colchado que llevaba para dormir de noche, y ciñóse por la frente una liga de tafetán negro, y con otra liga hizo un antifaz, con que se cubrió muy bien las barbas y el rostro; encasquetóse su sombrero, que era tan grande que le podía servir de quitasol, y, cubriéndose su herreruelo, subió en su mula a mujeriegas, y el barbero en la suya, con su barba que le llegaba a la cintura, entre roja y blanca, como aquella que, como se ha dicho, era hecha de la cola de un buey barroso.

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