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Actualizado: 13 de junio de 2025


Sobre la platina de la báscula sucedíanse las especies alimenticias en sucia promiscuidad. Caían en ella corderillos degollados, con las lanas manchadas de sangre seca, y momentos después apilábanse en el mismo sitio los quesos y los cestos de verduras.

Las paletas, envueltas en un mantón, con el pañuelo fuertemente anudado a las sienes, volvían a cargar sus mercancías en los serones, y apoyando el barroso zapato en la báscula, saltaban ágiles sobre su asno, azuzándolo al trote hacia Madrid, para vender sus huevos y verduras en las calles inmediatas a los mercados. La invasión de los traperos hacíase más densa al avanzar el día.

Las muestras de maíz esparcían sus granos sobre la seda de un sofá que sólo ocupaban las señoritas con cierto recogimiento, como si temiesen romperlo. Junto á la entrada del comedor había una báscula, y Madariaga se enfureció cuando sus hijas le pidieron que la llevase á las dependencias.

Después este cabecilla, que dicen nombrarse Ducauron, ordenó y así se hizo, que fuera incendiada una báscula de pesar caña allí instalada. Terminada esta operación, un corneta dejó oir un toque muy breve que fué la señal de retirada. Todos á una abandonaron la población, no sin llevarse catorce cerdos de una pobre mujer, que estaban en un corral, dispuestos para ser embarcados.

Se puede estar comprometido materialmente por malos negocios que conducen á la quiebra. Esto no tiene importancia para nosotros los americanos. El que cae, puede levantarse. Es el eterno movimiento de báscula del comercio y de la industria; la cuestión está en acabar en lo alto. Pero á lo que atribuímos una transcendencia enorme es á la integridad moral.

Todos mostraban gran prisa por que les diesen entrada, azorando con sus peticiones al de la báscula y a los otros empleados, que, envueltos en sus capas, escribían a la luz de un quinqué. Los cántaros sólo contenían leche en una mitad de su cabida. Mientras unos carreteros aguardaban en el fielato, otros avanzaban hacia Madrid, con cántaros vacíos, en busca de la fuente más cercana.

Presentábanse los primeros madrugadores temblando de frío, y luego de apurar la copa de alcohol o el café de «a perra chica», continuaban su marcha hacia Madrid a la luz macilenta de los reverberos de gas. Acababa de abrirse el fielato y los carreteros se agolpaban en torno de la báscula. Los cántaros de estaño brillaban en largas filas bajo el sombraje de la entrada.

Al llegar á Bayate nos enteramos de que los alzados habían quemado la estación y el caserío de Carreta Larga. El pequeño poblado de Bayate se encontraba custodiado por unos cincuenta hombres pertenecientes al ejército americano los cuales estaban acampados en la caseta de una báscula de caña en donde tenían extendidos sus catres de campaña con sus mosquiteros correspondientes.

Maximiliano, con estas cosas, se sentía cada vez más fuerte. Había tomado acuerdos en consejo de familia, luego era hombre. Si tenía la personalidad legal, ¿cómo no tener la otra? Figurábase que algo crecía y se vigorizaba dentro de él, y hasta llegó a imaginar que si le pusieran en una báscula había de pesar más que antes de aquellas determinaciones.

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