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Rechinaba sin cesar el torno, bajando o subiendo la plancha, y en la banqueta más alta del elegante mail-coach chillaba Leopoldina Pastor como una desesperada, gritando que aquellos indecentes caballos iban a despeñarla por la montaña abajo... Sentado a su lado, el tío Frasquito, con un finísimo pañuelo prendido en su sombrero de paja para preservar de los ardores del sol la blancura de su cutis, miraba con gesto de susto lo profundo del precipicio y agarrábase a cada vaivén del coche a los hierros del asiento, gritando angustiado: ¡Currra, porr Dios, cuidado!... ¡Cuidado, Currra!

CHABREGY. ¿Me ha mandado usted llamar, señora directora...? La señora Jozielle contempla al seductor con una estupefacción poco aduladora, con aire de decirse que las jóvenes tienen un gusto deplorable. Luego indica una banqueta, donde Chabregy se sienta tímidamente; ruido de rótulas mal engrasadas. LA SE

Dentro iba Guadalupe y toda su casa: un lío de colchones, dos sacos para la ropa sucia, una criadita mestiza que se sentaba á sus pies, tres gatos y un perro en la banqueta, junto á la señora, y un loro que se paseaba por la capota recogida, sirviendo de remate trasero á este vehículo triunfal. Todos los automóviles ignoraban la limpieza desde muchos meses.

Mis baladronadas hicieron gracia a la vieja, y me dio mil golosinas para quitarme el mal humor. Al día siguiente me obligó a limpiar la; discreto animal, que hablaba como un teólogo y nos despertaba a todos por la mañana, gritando: perro inglés, perro inglés. Luego me llevó consigo a misa, haciéndome cargar la banqueta, y en la iglesia no cesaba de volver la cabeza para ver si estaba por allí.

Y Susana, sentada en la banqueta, con el codo sobre la tapa del piano, escuchaba atenta, sin perder uno del hilo de nimios detalles que el filósofo iba desatando, sin hacerse rogar mucho. La casa era así, con dos patios y tantas piezas, y arriba, el cuarto de Quilito; la habitación de la tía, de este lado; después del comedor, la del tío.

Isidora, rendida de cansancio, se sentó en una banqueta. Habiéndole recomendado con frases convencionales, si bien generosas, la resignación y una tranquilidad que era imposible, el Director salió. No se quedó sola la joven en el despacho. En un ángulo de este había una mesa de escribir.

Una mesa de tocador, tres sillas de viejo nogal, pesadas y lustrosas, un cojincillo erizado de agujas y alfileres, banqueta y cama de caoba de muy voluminosa arquitectura, cubierta con manta palentina, completaban el ajuar.

Y el cuidado y compostura que desplegaban los holgazanes que estaban parados delante de las ventanillas, según inveterada costumbre, arreglando sombreros y corbatas, indicaba además que la mujer era bonita: todo lo cual observaba desde la banqueta, don Jacobo Melín, con sonrisa filosófica.

Los días en que mi amigo no tiene convidados se contenta con una mesa baja, poco más que banqueta de zapatero, porque él y su mujer, como dice, ¿para qué quieren más? Ya se concibe, pues, que la instalación de una gran mesa de convite era un acontecimiento en aquella casa; así que se había creído capaz de contener catorce personas, que éramos, una mesa donde apenas podrían comer ocho cómodamente.

Después me dijeron que les cantase el jaleo, y lo canté de pie sobre una banqueta. ¡Ave María Purísima! Hasta los soldados se acercaban a la tienda para oír. Entre los oficiales había dos que no me dejaban de la mano, y me decían que si me pasaba al ejército francés me tomarían por ayudante, llevándome a Francia, a París, y de París a recorrer toda la Europa.