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Actualizado: 18 de noviembre de 2025


Melia meditaba sentada en un banco, con la cabeza oculta entre las manos; pero cuando la levantó, el día, ya bastante adelantado, le permitió distinguir todos los objetos que la rodeaban, y se estremeció de horror y de asco.

Hay presentimientos gritó la del Banco, que se disponía a narrar tres o cuatro adivinaciones suyas. Pero este tuvo la culpa.... Frígilis encogió los hombros y tomó el pulso a la enferma, que le apretó la mano, perdonándoselo todo. La verdad era que don Víctor había querido volver temprano... para no perder el teatro. Pero esto no se podía decir.

Enternecido y movido á compasión con esta idea, los contempló con mayor atencion, y dixo á Cacambo: Por mi vida, que si no hubiera visto ahorcar á maese Panglós, y no hubiera tenido la desgracia de matar al baron, creeria que son esos que van remando en la galera. Oyendo los nombres del baron y de Panglós, diéron un agudo grito ámbos galeotes, se paráron en el banco, y dexáron caer los remos.

Anduve detrás de mi madre, cogido a su falda, sin dejarla hacer nada, hasta que vino el viejo Irizar, con su traje negro y su sombrero de copa, y me tuve que sentar junto a él en el banco del centro. Poco a poco fueron entrando mujeres vestidas de luto, que se arrodillaban, extendían paños negros en el suelo, desarrollaban la cerilla amarillenta y la encendían.

Un señor de Courval, hombre de reconocida honradez, se confesaba deudor de su madre por una considerable suma, y deseaba devolverla. El capital y los intereses ascendían a cien mil escudos; la deuda estaba justificada, y mi colega guardábame el dinero en buenos billetes de Banco. No era posible dudar de semejante dicha.

El terrible griego estaba allí, y á pesar de la admiración que Spadoni tributaba á su gloria, lo trató con implacable hostilidad. «¡Banco!», dijo al verle en su silla de banquero con quince mil francos delante. Y al presentar sus cartas, «abatió nueve», mientras el pobre Spadoni sólo tenía cinco. ¡Adiós los quince mil!

Parecía que Magdalena estaba a su lado; el aire que pasaba sobre su rostro era el soplo de la joven; racimos de ébano que acariciaban su frente eran sus cabellos flotantes; la ilusión era extraordinaria, inaudita, viva; parecíale sentir hundirse el banco en el cual estaba sentado, como si un dulce peso hubiese venido a aumentar el suyo; su boca estaba jadeante, su pecho se levantaba y hundía; la ilusión era completa.

Oyéronse de pronto, bajo la carena, fuertes crujidos, que iban aumentando en intensidad, y el junco, que el viento empujaba hacia en medio de la bahía, se inclinó más. ¡Resbalamos por el banco! gritaron Hans y Cornelio. ¡Y los salvajes adelantan! exclamó Horn . ¡Eh, Lu-Hang, mándales unos cuantos confites a esa cáfila de brutos!

Después de pensar esto sonrió con amargura. ¡Mentiras del deseo! ¡Ilusiones!... Al volver la cabeza reconoció la falsedad de su esperanza. Nadie seguía sus pasos: él era el único que marchaba por el centro de la avenida. En un banco inmediato descansaba un oficial con los ojos vendados.

Y recobrando su viril apostura de amazona, segura de misma, volvió al banco, indicando a Rafael que se sentara al otro extremo. ¡Qué noche!... Estoy ebria sin haber bebido. Los naranjos me emborrachan con su aliento. Hace una hora sentía que mi habitación daba vueltas, que la cabeza se me iba; la cama me parecía un barco en plena tempestad.

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