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Actualizado: 3 de junio de 2025
Arturo se encontró un día con el señor de Courval, el que tan notablemente se había portado con nosotros. Vivía de ordinario en provincias, y se encontraba por casualidad en París. El Conde le estrechó la mano, dándole gracias por su honrado proceder, precisamente en el momento en que aquél se disculpaba, confesándose en extremo apurado, para cumplir los compromisos que tenía pendientes.
Este la examinó atentamente y nada sacó en limpio. Dicha carta estaba fechada en el Havre, donde residía el señor de Courval; la letra, que no era suya, la desconocíamos por completo... pero Arturo lanzó de pronto un grito de sorpresa, y se puso pálido como un muerto, al fijarse en el sello medio roto: era el de Judit.
Un señor de Courval, hombre de reconocida honradez, se confesaba deudor de su madre por una considerable suma, y deseaba devolverla. El capital y los intereses ascendían a cien mil escudos; la deuda estaba justificada, y mi colega guardábame el dinero en buenos billetes de Banco. No era posible dudar de semejante dicha.
Palabra del Dia
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