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Otro motivo del terror que el teatro y los sitios públicos le inspiraban era encontrar caras conocidas, y este recelo la tenía como azorada y sobre ascuas durante la función. En la casa se hallaba muy bien. Había tenido seguramente en su vida temporadas de mayor felicidad, pero no de tan blando sosiego.

Aquella misma noche el estanquero refirió a su sobrina cuanto habló con don Juan durante el almuerzo; pero puso gran cuidado en callar todas aquellas sospechas que le hizo concebir relacionadas con el origen del niño, y que respondían a su particular deseo de vengarse. No obstante la omisión, Cristeta escuchó todo lo demás inquieta y azorada, miedosa de su propia obra.

Cuatro horas después Nébel abría sin ruido la puerta del cuarto de Lidia. ¡Quién es! sonó de pronto la voz azorada. Soy yo murmuró Nébel en voz apenas sensible. Un movimiento de ropas, como el de una persona que se sienta bruscamente en la cama, siguió a sus palabras, y el silencio reinó de nuevo.

No, señor; ni al lucero del alba que viniese con una torta en la mano. Pues por eso digo, que en cambio de mi voluntad que le he dado, me da Vd. un desprecio. Yo no desprecio á Vd. ¡Pero no me quiere dar oídos! Si no es hoy, mañana será; ó he de poder poco. Señor, exclamó azorada y ofendida Varmen. ¡Á carrera larga nadie escapa!, repuso el guarda, cogiendo su escopeta y alejándose.

En el momento en que iba a subir al carruaje se encontró por casualidad solo conmigo algunos segundos. Me tomó la mano y murmuró: ¿No revelarás una sola palabra? ¿Puedo contar con ello? Hice un signo de afirmación enérgica. ¿Y me escribirás pronto? Seguramente. ¿Adónde debo dirigirte la respuesta? Me quedé azorada: no había pensado en ello.

Algunas horas después, ya muy entrado el día, cuando la despertaron, la dueña más antigua la dijo toda azorada: ¡Señora! ¡Esperanza de Figueroa ha desaparecido! ¡Que ha desaparecido Esperanza! exclamó la duquesa con tal asombro, tan ingenuo y tan natural, como si aquella hubiera sido la primera noticia. ; , señora: desaparecido completamente. Habrá salido...

Que viene, hombre, que viene... Si se lo prometió ayer a Veva, que la mandé yo expresamente. Y así era, en efecto: la marquesa de Butrón había estado la víspera en casa de la Villasis a pedirle por todos los santos del cielo que no dejara de asistir a la junta; la pobre señora parecía azorada, y pedíaselo con tal ahínco, como si le fuera en ello la vida.

Y contrariando la actitud de su hermana, llamó gritando tan alto como pudo con sus débiles fuerzas: ¡Muñoz! ¡Señor Muñoz! ¡Estás loca! exclamó Zoraida azorada. ¡No podemos dejar que entre aquí! Pero ella siguió llamándole. ¡Entre, Muñoz! Apareció, su cara se iluminó también con la indecisa claridad azul. Traía el cabello revuelto y miraba con extravío a las muchachas fantásticas.

Temblorosa, azorada, fué a buscar una botella de vino. Aunque un poco menos indignado, tampoco quiso recibirla; repitió con mayor énfasis, pero no más claridad, la orden que había dado. Al cabo, a fuerza de aguzar el oído, la sirvienta vino a entender que su amo pedía un ponche de ron.

«Ya veo, señora, ya veo dice su papá muy atufado , que me ha traído usted aquí una tienda de trapos...». Y su mamá, azorada con la cara muy encendida, no decía más que: «yo... yo... verás...». En esto, la pobre niña, llegando al período culminante de su delirio, sintió que dentro de su cuerpo se oprimían extraños objetos y personas.