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Actualizado: 29 de junio de 2025
Tan excesivo número de hermandades daban origen á competencias y rivalidades entre unas y otras, por muy varios motivos, y en particular las de los barrios bajos, compuestas en su mayoría de gentes de armas tomar y de mozos del brazo de hierro y de la mano airada, tenían con frecuencia en mitad de la calle y entre las sombras de la noche agrias disputas y pendencias, donde los devotos venían siempre á las manos, propinándose sendos bofetones, palos y farolazos que dieron con justicia origen á la fama legendaria que aún todavía conservan los Rosarios de la aurora.
Tarquino tuvo por gusto No esperar tan sola un hora, Y cuando vino la aurora Ya cesaban sus porfías; Pues ¿es bien que tantos días Espere a una labradora? CELIO. Y ¿esperarás tú también Que te den castigo igual? Tomar ejemplo del mal No es justo, sino del bien. D. TELL. Mal o bien, hoy su desdén, Celio, ha de quedar vencido.
Mirad las hojas secas corriendo por el suelo. Entre gemidos, por el valle las arrastra el viento. La golondrina roza sus alas por el quieto pantano. El niño de la cabaña, va cogiendo leña entre los brezos. Ya no susurran las olas, que su encanto dieron al bosque. Enmudeció el pajarillo entre las ramas secas. ¡Junto a la aurora, el ocaso! El sol, que apenas despunta, brilla pálido un momento al concluir su carrera. El carnero por las zarzas va dejando su hermoso vellón de lana que servirá de nido al jilguero. La flauta pastoril ha enmudecido; desapareció su eco; cesó también el encanto de amor y de ventura. La hoz cruel ya despojó la tierra de aquel verdor que le prestara vida... Así acaban los años, así van feneciendo los días de nuestra vida.
Había que verlos despertar cuando surgía la aurora. Saltaban gozosos como niños; jugueteaban acometiéndose de mentirijillas y cruzando sus cuernos; intentaban montarse unos a otros, con una alegría ruidosa, como si saludasen la presencia del sol, que es la gloria de Dios.
Una mañana su cabellera ostentaba el rojo ardiente del mediodía; á la mañana siguiente tenía el oro suave de la aurora; dos días después sus cabellos mostraban la negrura profunda de la noche. Ciertas tardes venía al encuentro de Adán con una falda voluminosa, casi esférica desde el talle á los pies, y tan ancha, que le era difícil pasar la puerta.
Y ella con faz serena Sus furias dominando, Desde la escelsa almena Los cielos contemplando, Mira nacer la aurora Que al mundo es precursora De paz y de igualdad. Y su sagrada enseña Al viento desplegando, A tiranos domeña Pueblos emancipando, Y concita á sus bravos Rompan de los esclavos La argolla y el cordel.
Al poco rato entró Aurora, la mayor de las Samaniegas, que era muy distinta de su hermana, pelinegra, bien parecida sin ser una hermosura, de esas que a un color anémico unen cierta robustez fofa y lozanía de carnes incoloras.
Las torres y contrafuertes del templo fingían majestuosa visión entre el cendal de la aurora; y, a uno y otro lado, los cubos de la muralla se alejaban, solemnes y espectrales, cada vez más vaporosos, hasta desaparecer por completo. El canónigo sintió, como nunca, la evocación legendaria de las almenas. Galaor, Esplandián, Amadís, Lanzarote... desfilaron.
¡Solo Dios lo sabe!... Los diamantinos dedos de la aurora perezosamente plegaban los crespones de las sombras, en el amanecer del día en que Doña Luisa debía llegar á bordo del Neblí. El gallardo brik denunciaba en su aparejo, en su fino y airoso casco, en su ligera arboladura, y en lo minucioso de su cordaje, la construcción americana.
»¿Por qué nuestras existencias, confundidas en su aurora, han de separarse sin haber llegado siquiera a la mitad de su carrera? »¿Por qué no he de ser para usted en realidad un hijo, como lo soy ya de nombre? »¿Por qué no hemos de seguir Magdalena y yo haciendo la misma vida?
Palabra del Dia
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