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Actualizado: 29 de junio de 2025


Y el amor tiene mayores garantías de éxito cuando emplea los cien ojos de Argos que cuando elige cubierto con la venda de Cupido. El amigo Cupido y su venda constituyen un símbolo que no resiste el menor análisis. Los símbolos de los griegos, siempre graciosos, no siempre son razonables. Bella es en el cielo la hora del alba. Bellísima es en el alma la aurora del amor.

Una ligera brisa del Sudeste hinchó las velas, murmurando triste entre jarcias y obenques, y compactos y plomizos celajes aparecieron por los horizontes de la aurora, trayendo en su seno la inmensa mortaja que bien pronto cubriría todo el espacio, abriendo una hoja en la historia del ayer, y borrando una página en el libro del mañana.

En este día, cuando la campana lanza sobre el valle su acento plañidero Se siente un gemido triste y prolongado que sale del campanario Es la voz de lo desconocido que llora al ver pasar dos féretros en dirección al cementerio. De la noche a la aurora, ¡oh, campana! lloras con mis ojos y gimes con mi corazón.

Ellos me la retratan bella y pura como la flor al despuntar la aurora... ¡Sarcasmo horrendo! ¡Bárbara impostura! ¿Dónde estará la pobre pecadora? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Gloria, poder, serena paz del alma, tambien con su pureza habeis huido, y del mártir y el héroe la palma por siempre con vosotras he perdido.

¡La aurora!, aun en una casa de locos es alegre; aun allí son hermosos el risueño abrir de ojos del día y la primera mirada que cielo y tierra, árboles y casas, montes y valles se dirigen.

Quiero los cantares que miman al alma, las tiernas endechas que saben a miel, los trinos del ave de la noche en calma y el aroma suave que esparce el vergel. Quiero las caricias de la fresca aurora sentir en la frente al amanecer, y en los labios rojos de la diosa Flora libar tiernos besos que embriaguen mi ser.

Dió la vuelta por no mezclarse en disputas de borrachos con la autoridad, llegó á la muralla y siguió por ella la vuelta de su casa. La noche tocaba á su fin. El firmamento estrellado se desplegaba diáfano y puro anunciando la llegada de la aurora. Brillaban las estrellas declinantes reflejando su luz en las aguas, que se rizaban al primer soplo matinal.

Magnífica estatua... original pensamiento... oye: «La Aurora suplica a Diana que apresure el curso de la noche...». Ana aplaudió y atravesó el umbral. Don Víctor entró detrás diciéndose a mismo en voz alta: ¡Hija mía! Es otra.... Ese Benítez me la ha salvado.... Es otra.... ¡Hija de mi alma! Cenaron en la vajilla de los marqueses. Los dos tenían muy buen apetito.

El Vizconde oyó con placer este en su sentir bello discurso, y le oyó también con asombro, porque apenas había hablado íntimamente con Rafaela desde que, en la aurora de la vida de ella y de él, tuvieron ambos frecuentes y encantadores coloquios en el famoso figón de Lisboa, llamado Retiro de Camoens.

D. Fadrique reconocía no obstante, que si estaba lejos aún el día en que sea casi imposible adquirir mal lo que uno mismo adquiere, estaba aún mucho más lejos el día en que sea casi imposible heredar mal lo que se hereda. El modo de no empujar hacia más hondo porvenir la aurora de ese día, era dar buen ejemplo en contra.

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