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Actualizado: 17 de junio de 2025


Cuando hubo desaparecido, Ricardo fue a unirse a su futura hermana, que no pareció advertir su presencia, enteramente abismada en la contemplación del océano. No obstante, al cabo de un rato volviose de improviso y le dijo: ¿Te atreves a ir conmigo a la peña que se ve allá abajo, a la derecha?

Ricardo quedó un instante parado y altamente sorprendido; pero una fresca carcajada que sonó dentro le sacó de su estupor. ¿Qué es eso; no te atreves a entrar, cobarde? ¿Pero chica, no ves que puedes hacerte daño? ¡Entre usted, bravo guerrero! Bien..., ya que te empeñas... Cuando se había unido a Marta observó que la cueva se abría bastante y estaba tapizada de arena.

¡Por esta reja! ahora su excelencia está en el oratorio, y he podido bajar; pero á las doce su excelencia estará en su dormitorio, y el dormitorio de su excelencia da á un corredor, y este corredor á unas escaleras que están aquí orilla. ¡Ah! ¿conque tu señora se ha venido á lo último de su casa? Vive muy retirada. ¿Y no te atreves á venir por esta reja? No, señor. ¿Pues por cuál?

P. Jacinto, V. chochea. ¡Desvergonzado! ¿Cómo te atreves á decir que chocheo? El estudiantillo no es de esos que van con el manteo roto y con la cuchara puesta en el sombrero de tres picos, pidiendo limosna, sino que es un caballero principal, un rico mayorazgo. ¿De veras? Ya eso es harina de otro costal. De eso no me había dicho nada aquella cordera inocente. Oye... ¿y es buen mozo?

¡Miguel! ¡Perro! ¡Vén si te atreves! gritaba Ruperto, avanzando un paso hacia el grupo de sus temblorosos enemigos. ¡Miguel! ¡bastardo! La respuesta se la dio el agudo grito de una mujer. ¡Muerto, Dios mío! ¡Ha muerto! ¡Muerto! vociferó Ruperto. ¡Ah, el golpe fue más certero de lo que yo creía! y lanzó una carcajada triunfante. ¡Abajo esas armas, vosotros! ¡Ahora soy vuestro amo! ¡Abajo, digo!

Defended vos vuestro trépang dijo una voz. ¡Eh, tunante; ven aquí a repetir esas palabras, si te atreves, o deja al menos que yo te vea la cara! dijo el Capitán, perdiendo la paciencia. Ninguno respondió; pero tampoco ninguno hizo el menor ademán para saltar en tierra.

Y en tono de amorosa y expresiva admiración, y reteniendo al pobre Carlos con vacilante muñeca, lleno de ternura, prosiguió: ¡Contemplen, pues, a este pillastre! ¡Carlos, así Dios me condene, estoy orgulloso de ti! ¡Salga usted de casa! dijo el señor Tomás, levantándose con la amenazadora y fría mirada de sus ojos grises, y haciendo acopio de autoridad. Carlos, ¿cómo te atreves?...

Dijo y echó a andar hacia la puerta. ¡Pepe! ¡Pepe! gritó María, desgarrando su pañuelo entre sus dedos agarrotados. Llama al demonio le respondió irónicamente Pepe Vera. ¡Pepe! ¡Pepe!, ten presente lo que voy a decirte. Si te vas con la Lucía, me dejo enamorar por el duque. ¿A que no te atreves? respondió Pepe, dando algunos pasos atrás. ¡A todo me atrevo yo por vengarme!

De donde resultó que, no tratando con más bellezas que las que podía hacer marchar a tambor batiente, adquirió tal acritud de temple, que se le quedó el nombre del general Agraz. ¿Cómo te atreves?... exclamó la tía. Tía contestó Rafael , yo no me atrevo a nada; lo que hago es repetir lo que otros han dicho.

La primera vez que salimos armados del alcázar de tus califas salimos ya para abrir y desgarrar tu seno: ¿callaste entonces, y te atreves á quejarte ahora de que ejerzamos en nuestros instintos? Sufre y muere no ya bajo el hierro, sino bajo el cuento de nuestras alabardas

Palabra del Dia

rigoleto

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