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Actualizado: 17 de julio de 2025


¿Y aún te atreves á hablar, vaca floja?... ¡Una mujer que sólo ha sabido darme hembras! Vergüenza debías tener. La misma mano que extraía negligentemente de un bolsillo los billetes hechos una bola, dándolos á capricho, sin reparar en cantidades, llevaba colgando de la muñeca un rebenque.

¡Miserable! gritó la esposa . ¿Todavía te atreves a hablar? ¿No dices que no eres médico? ¿Que no entiendes de eso? Y ahora por contradecirme.... D. Juan Nepomuceno, amante de toda verdad, como no fuera del orden aritmético, en el cual prefería las lucubraciones de la fantasía, declaró, con la mano sobre la conciencia, que en aquella ocasión ¡rara avis!

A las siete de la mañana, si te conviene. ¿Sitio? El bosque de Bolonia. ¿Avenida? De la Muette. Está muy bien. Creo que tendremos bastante con un solo testigo para los dos, pues cuanto menos publicidad demos al lance, tanto menos padecerá la reputación de Antonia. Se trata de calumnias y... ¿Cómo calumnias? ¿Te atreves a sostener que yo he calumniado a Antoñita?

Un día, en Lebrija, al salir a la plaza un torito vivaracho, sus compañeros le habían empujado a la suerte suprema. «¿Te atreves a meterle la mano?...» Y él le metió la mano. Después, enardecido por la facilidad con que había salido del trance, acudió a todas las capeas en las que se anunciaba novillo de muerte y a todos los cortijos donde se lidiaban y mataban reses.

Ya todos los acontecimientos transcurridos se sucedían en mi memoria como las reminiscencias de un sueño, pero yo aspiraba aún al porvenir, y este porvenir incierto lo llenaba con mis quimeras, cuando, de pronto, una idea horrible me sobrecogió. ¡El porvenir! exclamé , ¿y con qué derecho, miserable suicida, te atreves a hacer planes sobre el porvenir?

Y es la criatura más angelical, de alma y de cuerpo, que pueda haber sobre la tierra..., y al mismo tiempo el mejor testimonio de que existe en su madre ese fondo de honradez en que no te atreves a creer .

Entendido añadió levantándose de la silla en que se sentaba , y no se hable una palabra más. ¡Ah, qué torpe y qué simple y qué bárbaro fui empeñándome en que se me pusiera en las palmas de las manos lo que no debe ser mirado sino con los ojos de allá dentro!... ¡Qué sabes de esas cosas tan quebradizas, tan escondidas y tan hondas, ni con qué vergüenza te atreves a echarles la zarpada brutal para revolverlas y profanarlas?... Perdóname, hija mía, siquiera por la honrada intención que tuve al ponerte en el apuro en que te puse.

¿Cómo te atreves a reprocharlos el que sean burlonas, Reina, cuando no te ocupas en otra cosa sino en remedar las ridiculeces de los demás? , pero soy linda; por consiguiente, me está permitido hacerlo. El señor de C..., me lo dijo el otro día. No alcanzo a ver la consecuencia... Y por otra parte, ¿crees que los hombres no te midan también de pies a cabeza?

Helas aquí, pues. La señora es bella y joven, morena, con unos ojos negros como el ala del cuervo; gruesa y rosada, con un pie, una cintura y una mano que harían volver loco a un canónigo del Escorial. ¡Infame! te atreves...

Veremos la nieve cuajarse en las calles de arena y formar alfombra. ¡Qué placer hundir los pies en ella!... ¡Y los árboles! ¿cómo estarán los árboles? ¡Qué lindos!... A me encanta la nieve... ¿Te atreves a ir?... ¿A que no? Claro que Miguel no se atrevía y que deploraba en el alma aquel raro capricho; pero se avergonzaba de confesarlo.

Palabra del Dia

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