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Actualizado: 15 de mayo de 2025


Manuel Antonio se mostró jovial y decidor, trató de alegrarla cuanto pudo, atrayendo de nuevo la sangre a aquel corazón ulcerado para que la puñalada fuese más dolorosa. Pidió chocolate, lo tomaron jaraneando lindamente: Amalia llegó a olvidarse de sus preocupaciones. Y cuándo más olvidada estaba ¡zas! la bomba.

Emilia, sintiendo tan cerca aquellos pasos de hombre impaciente, se turbó contrariada y confusa; pero de pronto se rehizo, mató de un soplo la luz, preparó sumas hechicera sonrisa y atrayendo hacia la puerta para que él no se enterase de lo que causaba su vergüenza, salió al encuentro de Julián, diciendo entre dientes y rapidísimamente a la doncella: ¡No tengo tiempo de elegir! ¡Guárdalas a escape... y di que me quedo con las siete!

Pero no pasó de aquí, pues doña Lupe tuvo que ocuparse de cosas más graves que averiguar si su sobrino podía o no podía. Papitos fue quien le salvó aquel día, atrayendo a toda la atención del ama de la casa. Porque la mona aquella tenía días. Algunos lo hacía todo tan bien y con tanta diligencia y aseo, que doña Lupe decía que era una perla. Pero otros no se la podía aguantar.

Con astucia le iba atrayendo a la determinación que ella deseaba, haciéndole entender, cada vez con más fuerza, que si se negaba a acompañarla se marcharía sola. Esto le parecía al excusador el colmo del escándalo. Además, se expondría a mil accidentes lamentables, y acaso a su perdición completa. Consentirlo, era echar sobre la conciencia una terrible responsabilidad.

Las nueces lanzaban en sus sacos un alegre cloc-cloc cada vez que la mano del comprador las removía para apreciar su calidad; y un poco más adentro, como un tesoro difícil de guardar, estaba en pequeños sacos la aristocracia del casquijo, las bellotas dulzonas, atrayendo las miradas de los golosos.

La huérfana calló, y de sus ojos húmedos se desprendieron dos lágrimas que cayeron en las violetas como dos gotas de rocío. ¡Perdón! repetí, estrechando a la joven entre mis brazos, y atrayendo su gallarda cabeza. ¡Perdóname, Linilla! Y sobrecogida de espanto me apartó dulcemente. ¡Cómo no perdonarte!

Nadie podía verles; los pasos resonaban en las aceras, bajo las guirnaldas de las tapias, con un eco de lugar abandonado. El ardor fermentativo de las libaciones á los dioses daba al capitán una nueva audacia. ¡Pobrecita mía!... ¡cabecita loca!... murmuró atrayendo hacia él la cabeza de Freya, reclinada en uno de sus hombros. La besó, sin que opusiese resistencia.

En su juventud había habido siempre algo de vano en todos sus propósitos ambiciosos: había puesto la mira en fines confusos o efímeros y poco elevados: en distinguirse en un torneo o en alguna otra empresa caballeresca atrayendo la atención y conquistando el afecto de alguna dama hermosa, encumbrada y noble.

Basta de niñerías dijo don Juan de repente, atrayendo hacia la puerta y abriéndola de par en par . Entra en mi cuarto, o déjame que entre en el tuyo, y hablaremos tranquilamente. ¿Tranquilamente? ¿Lo dudas? ¡Como no me has avisado que venías, y luego has tomado ese cuarto! ¿Había de irme lejos pudiendo estar cerca? ¡Dilo, alma mía!

El mozo era por su traza un andalucito muy agraciado, si bien con un no qué de peregrino, que borraba de su fisonomía, de su ademán y de sus movimientos toda huella de vulgaridad, dándole distinción y atrayendo hacia él las miradas curiosas de cuantos sujetos gustan de lo que no se tiene a todo pasto ni se encuentra al revolver de una esquina.

Palabra del Dia

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