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Actualizado: 10 de junio de 2025
Inmediatamente los arrojé por la ventana, sintiendo un extraño placer al oírlos quebrarse sobre los guijarros de la alameda. Tocole uno a la veneranda cabeza de mi tío que pasaba por allí. La suerte que llevaba sombrero; pero, con todo, hallando este procedimiento fuera de todas las leyes de la buena educación, no pudo contenerse y respondió con una expresiva exclamación.
No por Dios, señor mío, exclamó Margarita, poniéndose como la cera amarilla, que hartas desventuras he sufrido ya y el valor me falta, y si yo os perdiese, no podría resistir ni un punto, y ahogaríame la pena; que mirad que ese hombre es tal que no hay valiente ni diestro con quien se mida a quien no hiera o mate; y ved no hagáis que la despiadada punta que a vos os corte la vida a mí al corazón me llegue, y en la tumba me arroje desesperada.
Mire usted mis brazos, mi cuello... ¡Tuve necesidad de defenderme! Sorege respondió con una flema horrible en semejante situación: Estoy convencido. Pero esta mujer ha muerto y usted está perdida. Yo me arrojé á él: ¡Oh! No me abandone usted! ¿Qué voy á hacer sin ayuda? ¡Sálveme! Me eché á llorar mientras él me miraba con tranquilidad. ¿Yo abandonar á usted? ¿Cómo puede creerlo?
Me obstiné, y entonces, alzándose con una dignidad y una firmeza supremas, me dijo: Si no sigue usted su camino, caballero y me deja en paz, llamaré al sereno. A tal arranque tomé mi partido: arrojé la onza en la cesta de la muchacha, y me alejé. Por favor, caballero, me dijo corriendo tras de mí y con acento entre suplicante y colérico: usted está equivocado y tira su dinero.
Y á mí me ha dado en vos un remordimiento. No, no lo creáis; escuchad: doña Clara me hace un gran bien; doña Clara hace imposible el que yo me arroje en vuestros brazos; de la única manera que puedo ser feliz es sufriendo por vos, teniendo celos... viendo que vos los tenéis. ¿Qué decís?..
¡Ya ves, bailar! ¡Dios, mío! ¡qué niña eres! Querida Blanca, si la humanidad tuviese ingenio, día y noche bailaría. Vamos, Reina, hace frío y puedes resfriarte; acuéstate. Arrojé mi almohada a un rincón y me metí en la cama. Blanca sentose a los pies e improvisó una arenga.
Aconsejo al que viaje por el sur de Europa que lleve siempre los bolsillos llenos de monedas de cobre, y al ver que le ataca la temible falange, que arroje al suelo una puñada y eche á correr, sin parar hasta la primera casa donde sea posible poner puerta de por medio.
Si tenemos la suerte de que la señorita Guichard arroje rayos y llamas y nos cubra de maldiciones y de injurias, nuestro asunto será bueno ... Pero si se enternece y viene á buenas ... ¡No sé cómo saldremos del lance! ¡Se sale siempre! Sin duda. Pero es preciso salir correctamente ... ¡Dios sabe si he sido paciente, y tranquilo y silencioso, cuando me colmaba de malos tratamientos!
¡Miserable loco! exclamó, sin soltar á la doncella, que se debatía inútilmente. ¿Osas darme órdenes? ¡Sigue tu camino, aléjate á toda prisa, si no quieres que te arroje de aquí á puntapiés! ¡Largo, te digo! Esta buena moza ha venido á visitarme y no quiero que me deje tan pronto. ¿No es así? dijo soltando el talle de la joven y asiéndola por una muñeca.
Me arrojé sobre ella como una furia y sin noción de lo que hacía. No había en mí sino el instinto de la bestia que quiere matar para vivir. Al cabo de un instante me cansé; ella ya no hacía resistencia, y con los ojos extraviados me levanté y miré. Estaba tendida, inerte, con la cara tumefacta por los golpes, los ojos en blanco, la boca torcida, horrible y amenazadora todavía.
Palabra del Dia
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