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El coronel quedó algunos momentos ensimismado con la cara metida entre las manos. ¿Qué hora es? preguntó al cabo. Las doce acaban de dar. ¡A ver, pronto, mi uniforme! exclamó con extraña energía incorporándose sin ayuda de nadie. ¡Rayo de Dios! ¡Enseguida, mi uniforme! volvió a proferir con más violencia, viendo que nadie se movía. La condesa fue al armario y lo trajo al fin.

Los muebles de aquella sala eran de poco valor, pero cómodos y aseados. Las cortinas y el forro de los sillones, sofás y butacas, eran de tela de algodón pintada de flores; sobre una mesita de caoba había recado de escribir y papeles; y en un armario, de caoba también, bastantes libros de devoción y de historia.

Una nueva aventura muy desagradable, semejante a la del armario, vino a concluir con la paciencia de Miguel y a darle ánimos para exigir seriamente de la generala que pusiera a su doncella al corriente de lo que pasaba. Desde la aventura del armario, Miguel, siempre que la doncella venía, se ocultaba en la alcoba debajo de la cama.

En el año 1814 cuando pasó el rey D. Fernando VII por Teruel, se sacaron del armario los dos esqueletos de los Amantes y los colocaron adornados en la sacristía de la Iglesia de S. Pedro donde fueron visitados por el rey y la grandeza de su comitiva, restituyéndolos después a su morada ordinaria.

Cuando entrábamos en los cafés, y colgadas del armario del expendedor de periódicos contemplábamos unas cuantas Abejas, con su viñeta en madera henchida de alusiones simbólicas, un gozo inexplicable nos inundaba, inflábase nuestro ser moral y físico, y sonreíamos desdeñosamente al vulgo que nos rodeaba; nos parecía imposible que los concurrentes hablasen de otra cosa que no fuese La Abeja, y no adivinasen que tenían la honra de hallarse cerca de sus redactores.

Pasó así gran parte de la noche, y después recogió en el cofre los papeles y el retrato, guardó cuidadosamente el cofre en un armario, se desnudó y desapareció tras las cortinas de su alcoba. Yo no supe ya qué pensar de Amparo. Pero me cubrí con el más perfecto disimulo, como ella se cubría conmigo. Nos tratábamos como si hubiéramos vivido juntos desde nuestros primeros años.

Y mostré a la abuela con el gesto la linda silueta que reflejaba el espejo del armario de familia, una silueta a lo Legouvé. Blanca y delgada, con mi gran peinador de mañana, no tenía yo verdaderamente el aspecto de una triste solterona.

Los nervios, alterados, se fueron sosegando poco á poco, y permaneció en la silla sin hacer movimiento alguno, con los ojos muy abiertos, emboscado en vaga y sombría meditación. Las voces de la tienda le sacaron al fin de ella. Se levantó, encendió un cigarro y guardó de nuevo los libros en el armario. Tomó la lámpara y fué á la habitación contigua á buscar su capa para salir.

Sobre dicho armario se leía: Aquí yacen los celebrados Amantes de Teruel, D. Juan Diego Martínez de Marcilla y D.ª Isabel de Segura. Murieron en 1216 y en el de 1708 se trasladaron a este panteon.

Lo incomprensible es que un militar viejo como usted buscase asilo detrás de un armario mientras los franceses insultaban a las señoras. Nada, lo que he dicho siempre repuso Malespina . Es inútil esperar que los profanos hagan nunca justicia a las combinaciones de la ciencia. Todo lo ven bajo el aspecto vulgar, y lanzan al público las acusaciones más irreverentes.