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Actualizado: 20 de junio de 2025
El Estado alemán, potencia «tentacular», eclipsaría con su gloria á los más ilustres Imperios del pasado y del presente. ¿Quién podrá negar que, como dice mi maestro, existe un Dios cristiano germánico, el «Gran Aliado», que se manifiesta á nuestros enemigos los extranjeros como una divinidad fuerte y celosa?... Desnoyers escuchaba con asombro á su primo, mirando al mismo tiempo á Argensola.
Un pueblo añadió sólo puede aspirar á grandes destinos si es fundamentalmente germánico. Cuanto menos germánico sea, menor resultará su civilización. Nosotros representamos la aristocracia de la humanidad, «la sal de la tierra», como dijo nuestro Guillermo. Argensola escuchaba con asombro estas afirmaciones orgullosas. Todos los grandes pueblos habían pasado por la fiebre del imperialismo.
¿Y tú no has nacido allá? preguntó Julio, sonriendo. El doctor hizo un movimiento de protesta, como si acabase de oir algo insultante. No; yo soy alemán. Nazca donde nazca uno de nosotros, pertenece siempre á la madre Alemania. Luego continuó, dirigiéndose á Argensola: También el señor es extranjero.
No dijo ella con acento desfallecido, buscando una última resistencia . Además, estará allí tu secretario, ese español que te acompaña. ¡Qué vergüenza encontrarme con él!... Julio rió... ¡Argensola! ¿Podía ser un obstáculo este camarada que conocía todo su pasado? Si lo encontraban en la casa, saldría inmediatamente. Más de una vez lo había obligado á abandonar el estudio para que no estorbase.
Afortunadamente, fueron conquistados por los godos y otros pueblos de nuestra raza, que les infundieron la dignidad de personas. No olvide usted, joven, que los vándalos fueron los abuelos de los prusianos actuales. De nuevo intentó hablar Argensola, pero su amigo le hizo un signo para que no interrumpiese al profesor.
Pero ¿tú crees que habrá guerra? preguntó Desnoyers. La guerra será mañana ó pasado. No hay quien la evite. Es un hecho necesario para la salud de la humanidad. Se hizo un silencio. Julio y Argensola miraron con asombro á este hombre de aspecto pacífico que acababa de hablar con arrogancia belicosa.
Nietzsche había dicho á los hombres: «Sed duros», afirmando que «una buena guerra santifica toda causa». Había alabado á Bismarck; había, tomado parte en la guerra del 70; había glorificado al alemán cuando hablaba del «león risueño» y de la «fiera rubia». Pero Argensola le escuchó con la tranquilidad del que pisa un terreno seguro. ¡Oh tardes de plácida lectura junto á la chimenea del estudio, oyendo chocar la lluvia en los vidrios del ventanal!...
Y á no estar dos esquadras avisadas De las nuestras del recio tiro y presto, Era fuerza quedar desbaratadas. Quiso Apolo indignado echar el resto De su poder y de su fuerza sola, Y dar al enemigo fin molesto. Y una sacra cancion, donde acrisola Su ingenio, gala, estilo y bizarria BARTOLOME LEONARDO DE ARGENSOLA,
A cambio de sus lecciones, Argensola recibía el mismo trato que un esclavo griego de los que enseñaban retórica á los patricios jóvenes de la Roma decadente. En mitad de una explicación, su señor y amigo le interrumpía: Prepárame una camisa de frac. Estoy invitado esta noche.
La guerra era otro objeto de conversación durante las tardes pasadas en el estudio. Argensola ya no llevaba los bolsillos repletos de impresos, como al principio de las hostilidades. Una calma resignada y serena había sucedido á la excitación del primer momento, cuando las gentes esperaban intervenciones extraordinarias y maravillosas. Todos los periódicos decían lo mismo.
Palabra del Dia
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