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Actualizado: 20 de mayo de 2025
La dulzura de Tchernoff, sus ideas originales, sus incoherencias de pensador acostumbrado á saltar de la reflexión á la palabra sin preparación alguna, acabaron por seducir á don Marcelo. Todas sus dudas las consultaba con él. Su admiración le hacía pasar por alto la procedencia de ciertas botellas con que Argensola obsequiaba algunas veces á su vecino.
El podía afirmarlo, que había conocido la notoriedad y pasaba ahora como un desconocido entre las mismas gentes que le admiraban meses antes. Tu reino ha terminado dijo Argensola riendo . De nada te sirve ser buen mozo. Yo, con un uniforme y una cruz en el pecho, te vencería ahora en una rivalidad amorosa. El oficial únicamente hace soñar en tiempos de paz á las señoritas de provincias.
Argensola le interrumpió. El orgullo alemán no se apoyaba únicamente en su Dios; apelaba igualmente á la ciencia.
Juntos verían deslizarse los acontecimientos con la cruel voluptuosidad del que contempla una inundación, sin riesgo alguno, desde una altura inaccesible. Esta calma de testigo egoísta de los sucesos se la había inspirado Argensola. Seamos neutros afirmaba el bohemio . Neutralidad no significa indiferencia.
Argensola percibió cómo se iba formando en su interior un alma simple, entusiasta y crédula, capaz de admitir las cosas más inverosímiles. Esta alma la adivinaba igualmente en todos los que vivían cerca de él. A veces, su antiguo espíritu de crítica parecía encabritarse; pero la duda era rechazada como algo deshonroso.
¿Todo era de Julio?... Muchos de los lienzos pertenecían á Argensola; pero éste, influenciado por la emoción del viejo, mostró una amplia generosidad. Sí, todo de Julio... Y el padre fué de pintura en pintura, deteniéndose con gesto admirativo ante los bocetos más informes, como si presintiese en su confusión las desordenadas visiones del genio.
Luego, el tren especial de los viajeros de América le había conducido á París, dejándolo á las cuatro de la madrugada en un andén de la estación del Norte entre los brazos de Pepe Argensola, joven español al que llamaba unas veces «mi secretario» y otras «mi escudero», por no saber con certeza qué funciones desempeñaba cerca de su persona.
Acaso fué debido á los dramas de La Cueva ó de Artieda, que hubieron de llegar á él por conducto de las compañías errantes, y luego á Cervantes y Argensola el más viejo, los dos poetas que estuvieron en más íntimo contacto con los teatros de Madrid.
Cuando sus jefes necesitaban un hombre de confianza, decían invariablemente: «Que llamen al sargento Desnoyers.» Lo afirmó como si lo hubiese presenciado, como sí acabase de llegar de la guerra; y doña Luisa temblaba, derramando lágrimas de alegría y de miedo al pensar en las glorias y peligros de su hijo. Aquel Argensola tenía el don de conmoverla, por la vehemencia con que relataba las cosas.
Se quedaron en el estudio, y Argensola tuvo que modificar su existencia, buscando la estufa de algún pintor amigo para continuar sus lecturas. Esta situación se prolongó dos meses. No supieron nunca qué fuerza secreta derrumbó de pronto su tranquila felicidad.
Palabra del Dia
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