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Actualizado: 8 de mayo de 2025


A sus ojos, la naturaleza se hallaba iluminada por una nueva luz, más clara, más transparente, más límpida, más cruda que la luz apagada del sol. Su preocupación subrayaba, por decirlo así, todo lo que sus ojos veían.

Tal vez hasta lo del casamiento era mentira... No, madó. Me caso con una chueta... Me caso con la hija de don Benito Valls. Para eso iré hoy a Valldemosa. La voz apagada de Jaime, sus ojos bajos, el acento tímido con que susurró tales palabras, quitaron toda duda a la sirviente. Quedó ésta con la boca abierta, los brazos caídos, sin fuerzas para levantar las manos ni los ojos.

La anciana hizo señas a Adriana de acercarse y sus dedos largos y viejos le acariciaron los cabellos. Había una extrema suavidad en su modo y en toda su persona; la tranquilidad profunda del rostro traía el vago resplandor de una belleza apagada por el tiempo.

El enamorado Jacinto llega á tu presencia y con voz apagada te pide el escapulario. Entonces, empujando á Maripepa que iba á tu lado, le dices: «Dale el tuyo, querida, que el mío ya lleva sobrados besos». Jacinto se ve obligado á besar el escapulario de la horrible coja, mientras ríes malignamente. La romería del Carmen.

A corta distancia, varias filas de equis de madera unidas por hilos de púas, que formaban un alambrado compacto. Cien metros más allá, un segundo alambrado. Reinaba un silencio profundo, un silencio de absoluta soledad, como si el mundo estuviese dormido. Ahí están los boches dijo el comandante con voz apagada. ¿Dónde? preguntó el senador esforzándose por ver.

Y la muchacha se quedó muda, obsesa en un pensamiento, llena la cara de una tristeza remota. Tenía cruzadas sobre la falda con indolencia las manos frías y pálidas, y miraba a Rita con expresión apagada, con una sonrisa mustia que causaba dolor.

Los tertulios disfrutaron del buen humor de la intendenta aquella noche; en vez de dormitar tristemente en la butaca o de describir con voz apagada los fenómenos nerviosos del día, se mostró en extremo locuaz y divertida; hablose de los teatros, de política, de las aventuras galantes de la corte, se rió, se dijeron chistes más o menos ingeniosos por todos.

Dios te la conserve, hija mía, Dios te la conserve repuso la señora con acento de ternura mirándola fijamente. Hubo unos instantes de silencio. ¿Sabes lo que me han dicho? se atrevió a pronunciar después. Y su voz salió tan apagada que las últimas sílabas casi no se oyeron. Clementina, que se disponía a continuar la lectura, levantó la cabeza.

¿Cree usted? murmuró Delaberge. Los rasgos de su rostro se alargaron y la luz que iluminaba sus azules ojos desapareció de pronto, como apagada por un soplo trágico. ¿Le parece a usted que soy exigente? preguntó ella al notar ese cambio de fisonomía. ¡Tiene usted derecho a serlo! repuso melancólicamente. Entiéndame usted bien; no doy importancia ninguna a lo que llaman figura brillante...

No es siquiera la linterna apagada; es la linterna que nunca se ha encendido, que jamás se encenderá: falta dentro el combustible. El hombre-sólido cubre la faz de la tierra; es la costra del mundo. Es la base de la humanidad, del edificio social.

Palabra del Dia

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