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Actualizado: 8 de mayo de 2025


El mal se había concentrado en un ojo, y sobre todo en el párpado, que no podía levantarse sino a medias; de lo que resultaba que la pupila, medio apagada, daba a toda la fisonomía cierto aspecto poco inteligente y vivo, contrastando notablemente el ojo entornado con su compañero, del cual salían llamas, como de una hoguera de sarmientos, al menor motivo de escándalo, y en verdad que los solía encontrar con harta frecuencia.

Está muerto dijo uno. León abrió los ojos desmesuradamente. ¿Muerto? repitió con voz apagada. , buen hombre, y también te estás muriendo. Y el rostro de León se iluminó con una suprema sonrisa. Muriéndome repitió, me lleva consigo. Conste, muchachos, que me quedo con La Suerte.

Mira, condecito, ahora debes ir a sentarte a su lado. Ya verás cómo no se levanta entonces dijo Manuel Antonio. , , debe usted ir, Luis apoyó María Josefa. Vamos a ver una cosa curiosa, a decidir si está o no enamorada de usted. ¿Verdad, Amalia, que debe ir? , me parece que debe usted sentarse a su lado dijo la dama. Su voz salió apagada y temblorosa.

Acerca del viaje y sus preparativos, de la aflicción de sus padres y de sus pequeños hermanos departieron todavía un rato. Ni una palabra volvieron á hablar de mismos. La plática corría lánguida y apagada. Debajo de sus palabras indiferentes se trasparentaba una tristeza profunda. Ambos tenían la voz levemente enronquecida y temblorosa.

Y detrás de esta sonrisa quiso percibirse, allá en el fondo de la garganta, una risa apagada, nerviosa, amenazadora, como jamás tampoco había salido de su pecho. Todas las almas, hasta las más puras, se sienten acariciadas en algún instante de la vida por el crimen. La condesa sentía ahora sobre la frente su beso ardoroso, maldito.

El ojo bizco de esta mujer era su único, pero completo rasgo fisonómico-característico; era un verdadero ojo de demonio que lucía como un ascua medio apagada, y que en continua movilidad dejaba ver sucesivamente todas las expresiones de los siete pecados capitales.

Andrés, entonando un aire del país, obedeció, saltando de un brinco sobre el umbral de la puerta; pero su madre, al ver aquella expansiva jovialidad en momentos tan supremos, fijos en él sus turbios ojos mientras atravesaba el angosto pasadizo, abandonó insensiblemente la aguja, y dos arroyos de lágrimas corrieron por sus tostadas mejillas. ¡Pobre hijo del alma! murmuró con voz trémula y apagada.

La voz apagada y gangosa, sin duda por las húmedas brisas de Levante, modulaban una y otra vez voces de mando, que daban por resultado quedar la escota en su cabilla á la mirada de nuestro práctico. Los contornos de la bocana de Cagraray se hacían por momentos más perceptibles.

Las pinturas murales del zaguán; los figurones de las cornisas; el caprichoso enrejado de las ventanas; el alegre color del frente, ya azul, ya verde, ya rosa, en su nota más tenue y apagada, da un aire coquetón al conjunto, que se convierte en interesante y misterioso, si el transeunte es impresionable y ve, detrás del visillo alzado de la sala, dos ojos criollos, que ven sin mirar y hablan sin voz.

Levantó la cabeza y dio un grito. ¡Don Fernando!... Era su ídolo, el buen Salvatierra, pero envejecido, más triste, con la mirada apagada tras las gafas azules, como si pesasen sobre él todas las desgracias y las iniquidades de la ciudad.

Palabra del Dia

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