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Actualizado: 8 de mayo de 2025
Un viejo ministo, abierto al breviario, al pié de la cama murmuraba quedo una honda plegaria. Tendida en el lecho la pálida enferma, sintiendo cercana la hora de la muerte, con voz apagada a todos sus hijos a todos llamaba. Tortura el silencio de la triste alcoba, angustia la calma de aquel cuadro negro.
Zumalacárregui encendió después en la vela que había traído la que apagada estaba en la real estancia. Las dos luces, a pesar de aumentar la claridad, hacían más lúgubre el desmantelado recinto. El Rey y el general hablaron.
No, señor respondió el chino con voz apagada . Me tenía ya medio ahogado; pero aún estoy con los huesos enteros, gracias a lo pronto que acudisteis en mi ayuda. ¿No viste el peligro? No, señor; me sorprendió por la espalda. ¡Qué miedo he pasado, Capitán! Lo creo, pobre muchacho. Por fortuna pude acudir a tiempo.
La voz del sensible joven era temblorosa, apagada. Hacía tiempo que se hallaba en un estado de debilidad extremada. Ahora parecía que hablaba como si no hubiese tomado alimento desde hacía ocho días. Mirele sorprendido y con curiosidad. ¡Si supiera usted lo que me está pasando en este momento! ¿Qué hay?
Díselo de mi parte... yo no me atrevo. Cecilia entonces se acercó al oído de su madre y murmuró con voz apagada, llena de vergüenza: Gonzalo se alegraría de que le tratases de tú. ¿Qué dices, niña? preguntó doña Paula, poniendo la mano en la oreja. Cecilia levantó un poquito la voz, haciendo un terrible esfuerzo. Dice Gonzalo que por qué no le tratas de tú como papá.
Ponía singular atención doña Lupe a la voz del sietemesino, y se hubiera alegrado de oír algo estupendo, categórico y que se saliera de lo común; pero no podía distinguir bien los conceptos, porque la voz de Maxi era muy apagada y parecía salir de la cavidad de una botella.
Como al fin y al cabo Octavio tenía veinte años y una imaginación nada apagada, y le bullía la sangre en el cuerpo, por más que en todo el pueblo no hubiese mujer capaz de inspirarle una pasión aérea y nerviosa como su entendimiento más que su corazón ansiaba, no pudo sustraerse á la ley que á todos los humanos encadena.
Laura adivinó perfectamente lo que pasaba en aquel espíritu ardiente y delicado, y guardó silencio. Al cabo de un rato, el oído de Octavio, fino como el de un tísico, percibió entre la niebla un rumor. Volvió entonces el rostro hacia la condesa, y dirigiéndole una sonrisa le dijo con voz apagada: Hasta luego. ¿Cómo? ¿Se marcha usted? Sí: pronto nos veremos.
Hizo un esfuerzo para moverse y se sintió muy débil y con un ligero dolor en el muslo. Recordó vagamente lo pasado, la lucha en la carretera, y quiso saber dónde estaba. ¡Eh! gritó con voz apagada. Las cortinas se abrieron y una cara morena, de ojos negros, apareció entre ellas. Por fin. ¡Ya sé ha despertado usted! Sí. ¿Dónde me han traído? Luego le contaré a usted todo dijo la muchacha morena.
De raro en raro solía aparecer también la linda cabeza de Marta, que paseaba sus ojos un instante por los contornos de la casa con expresión indiferente; la cual, dicho sea en honor de la verdad, no se trocaba en apasionada y halagüeña a la vista de Manolito, antes bien continuaba de la misma suerte, apagada y severa, como si nuestro joven no tuviese más personalidad que una columna de los soportales, o que el reloj del Ayuntamiento o el letrero del café de la Estrella o cualquiera de los objetos inanimados sobre los que se espaciaban los ojos de la niña.
Palabra del Dia
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