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Actualizado: 8 de mayo de 2025


Y lanzó al aire dos besos sonoros, en la punta de los dedos, añadiendo: Uno, para Rosa la del Molino, y otro, para la niña de Luzmela.... Fulguró el médico sobre Fernando una mirada iracunda, apagada sobre la radiante sonrisa que iluminó toda la figura donjuanesca y marcial del marino.... Y los dos, amistosamente, se dijeron adiós con la mano por última vez.

Era el verdadero Romagné; pero, ¡cuán cambiado estaba! Sucio, embrutecido, feo, con la mirada apagada, el aliento mal oliente, apestando a vino y tabaco, rojo de la cabeza a los pies como un cangrejo cocido, era el prototipo del erisipelatoso. ¡Monstruo! le dijo M. Bernier, se te debería caer la cara de vergüenza. Has descendido a un nivel más bajo que el de los brutos.

Acaso ¡ay Dios! profanen mi memoria al ver que no les dejo por herencia más que mis sueños de mentida gloria y el terrible luchar de la existencia... ¡Oh! que crees y que en Dios confias, que sabes rezar, madre adorada, dime, por Dios, una oracion; aprenda yo de tus labios, como en otros dias, una plegaria que la apagada haga en renacer... Pero es en vano.

Entretanto, había obscurecido ya; se encendió luz, y el comedor apareció tan pobre, tan frío y desmantelado, que más hubiera valido no encenderla: la calva de don Pablo Aquiles, sentado delante de la apagada chimenea, resplandeció como bruñida patena, y las frutas, aves y peces de los cromos que adornaban las paredes, se animaron con la crudeza de sus colorines.

Estas señoritas saben muy bien que las cosas no se realizan nunca como y cuando queremos. Si yo les dijese ahora una época y resultase otra, pensarían que había tratado de burlarme de ellas. Apesar de los esfuerzos que hacía por sonreír, el semblante del conde reflejaba tristeza infinita. Su voz salía apagada y enronquecida. ¡No, no! ¡Nada de eso! exclamó riendo Jovita.

Toda la energía del señor de Elorza se desvaneció de golpe como una sombra al escuchar estas monstruosas palabras. Quedó algunos momentos extático y petrificado, con la mirada apagada, como el que acaba de ver un milagro y no quiere creer a sus propios ojos.

La proa había desaparecido enteramente; las olas barrían ya la mitad de la cubierta; el interior del paquebote callaba ahora con un silencio mortal. Las máquinas estaban inundadas. Un humo denso y frío, de hoguera apagada, salía por sus chimeneas.

Ahí está el espectáculo doméstico que conocemos perfectamente: las sillas, cada una con su distinta individualidad; la mesa del centro, con uno ó dos volúmenes y una lámpara apagada; el sofá; el estante de libros; el cuadro que cuelga en la pared: todos estos detalles, que se ven de una manera tan completa, se presentan sin embargo tan idealizados por la misteriosa luz de la luna, que se diría que pierden su verdadera realidad para convertirse en cosas espirituales.

Allí se dirigió Currita después de dejar la luz apagada al pie de la escalera con tal desembarazo y tan gentil desenvoltura, que conocíase bien a las claras no ser aquella la primera de sus nocturnas escapatorias.

Se habrá ido a su cuarto, se dijo, y bajó tristemente la escalera para restituirse a la tertulia; pero al cruzar por delante de la puerta del estanquillo que estaba a oscuras, se le ocurrió meter la cabeza dentro y decir: Maximina. ¿Qué? contestó una voz apagada. ¡Oh, picarilla! ¿está V. aquí? Y se introdujo en la tienda. ¿Dónde está V.? Aquí. Deme V. la mano. ¿Para qué, para besarla?

Palabra del Dia

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