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Actualizado: 26 de junio de 2025


En la calle estrecha, de casas obscuras, se anticipaba el crepúsculo; las largas filas de hachas encendidas, se perdían a lo lejos hacia arriba, mostrando la luz amarillenta de los pábilos, como un rosario de cuenta, doradas, roto a trechos. En los cristales de las tiendas cerradas y de algunos balcones, se reflejaban las llamas movibles, subían y bajaban en contorsiones fantásticas, como sombras lucientes, en confusión de aquelarre. Aquella multitud silenciosa, aquellos pasos sin ruido, aquellos rostros sin expresión de los colegiales de blancas albas que alumbraban con cera la calle triste, daban al conjunto apariencia de ensueño. No parecían seres vivos aquellos seminaristas cubiertos de blanco y negro, pálidos unos, con cercos morados en los ojos, otros morenos, casi negros, de pelo en matorral, casi todos cejijuntos, preocupados con la idea fija del aburrimiento, máquinas de hacer religión, reclutas de una leva forzosa del hambre y de la holgazanería. Iban a enterrar a Cristo, como a cualquier cristiano, sin pensar en

Y mujer macilenta, Forcejeando en ánsias ya mortales, Contra el lúbrico abrazo del falsario En sus horribles crápulas letales... Con sus órbitas huecas De carcomido sátiro en lujuria Que arranca, atroz, horripilantes muecas En la tragedia de bestial injuria. Así lanza Rizal su primer reto Al amor monacal en esqueleto... Y ya a Dámaso Ponce le vengaba Y a su historia infeliz se anticipaba.

Teniendo todos la misma manía, cada cual cultivaba una especialidad, pues Leopoldo Montes llevaba un día y otro infaliblemente, noticias de crisis; D. Basilio descendía siempre a menudencias de personal; Relimpio era procaz y malicioso en sus juicios; Rubín descollaba por suponerse que todo lo sabía y que se anticipaba a los sucesos viéndolos venir, y por último, Feijoo era profundamente escéptico, y tomaba a broma todas las cosas de la política.

Pero una vez satisfechas su vanidad y su imaginación, dejaban hablar al egoísmo. «¿Por qué he de ser yo menos egoísta que las otras?...» No necesitaban de astucias y circunloquios para formular su petición. Algunas, á la segunda entrevista, se mostraban melancólicas y aludían á las tristes realidades de la existencia. Pero el generoso príncipe se anticipaba á sus deseos.

La más marcada era la de las novedades, la de la influencia de la fabricación francesa y belga, en virtud de aquella ley de los grises del Norte, invadiendo, conquistando y anulando nuestro ser colorista y romancesco. El vestir se anticipaba al pensar y cuando aún los versos no habían sido desterrados por la prosa, ya la lana había hecho trizas a la seda.

Sir Oliver se encargaba de mandar los doscientos hombres de Morel y conducirlos á Dax en unión de sus cincuenta ganapanes, mientras el barón anticipaba su salida de Burdeos para dirigirse á Montaubán, tomar el mando del resto de la Guardia Blanca que por allí merodeaba y reunirse al grueso del ejército en Dax antes de que el príncipe emprendiese la marcha con dirección á España.

Como brillaban las lentejuelas de algunos abanicos, así relucían los conceptos uno tras otro... El verano se anticipaba aquel año y sería muy cruel... Los generales habían llegado a Canarias... Prim estaba en Vichy... La Reina iría a la Granja y después a Lequeitio... Se empezaban a llevar las colas algo recogidas, y para baños las colas estaban ya proscritas... González Bravo estaba malo del estómago... Cabrera había ido a ver al Niño terso...

Ramiro, por su parte, buscó atraer su mirada, para dirigirle un último saludo; pero aquel espíritu ya estaba lejos de la tierra y se anticipaba a la muerte.

La carrera debía ser largada por Lorenzo, teniendo por juez de raya al comisario Maidagan, pero aquél no sospechó la laboriosa operación en que se había comprometido, pues cada vez que calculó poder bajar la señal de la partida debió desistir, porque el «overo» hacía punta, o el «ruano» se quedaba atrás, o el «rosillo» se anticipaba, o el «malacara» se volvía, o el «gateao» permanecía firme en la raya.

Isabel Cordero, que se anticipaba a su época, presintió la traída de aguas del Lozoya, en aquellos veranos ardorosos en que el Ayuntamiento refrescaba y alimentaba las fuentes del Berro y de la Teja con cubas de agua sacada de los pozos; en aquellos tiempos en que los portales eran sentinas y en que los vecinos iban de un cuarto a otro con el pucherito en la mano, pidiendo por favor un poco de agua para afeitarse.

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