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Actualizado: 28 de mayo de 2025
Amparo narraba animadamente; los delegados de Cantabria habían desembarcado entre inmenso gentío que llenaba el muelle y la ribera: ella pensó por la mañana alumbrar en la octava de San Hilario; pero ¡qué octava ni octava!, en cuanto supo la venida del buque, allá se plantó, en el desembarcadero, abriéndose calle a codazos.... Los delegados son unos señores..., ¡vaya!, de mucho trato y de mucho mundo: ¡saludan a todos y se ríen para todos!, ¡republicanos de corazón, ea!
La vio acercarse, en el salón, a la madre de Charito, una señora gruesa, entrada en años, de cara bondadosa y un aire de distinción sonriente; conversaba animadamente con otras señoras y se interrumpió sólo por un instante para besar a Adriana en las mejillas. Un grupo de muchachas, acercándose, la acogieron luego con pequeños gritos, acariciándola y besándola con alegría.
Hoy me encuentro tan nerviosa, tan nerviosa... Tómeme usted el pulso, Isidorito, y dígame usted si tengo fiebre. Al sacar la mano enflaquecida y dársela al joven, don Mariano y don Máximo, que charlaban animadamente en el hueco de un balcón, dirigieron la vista hacia allí y sonrieron. Doña Gertrudis se ruborizó un poco y volvió a ocultar su mano velozmente dentro de la manta.
Un grupo de cinco o seis niñas, entre las cuales estaba Esperancita, hablaba animadamente con algunos pollastres. Cobo Ramírez y nuestro inteligente amigo Ramoncito Maldonado, eran dos de ellos. Difícil es exponer las ideas que entre aquella florida juventud se cambiaban. Todas debían de ser muy finas, muy alegres, muy intencionadas, a juzgar por la algazara que producían.
Observé que mi novia procuraba, por cuantos medios podía, demostrar a Daniel el mayor desprecio, como si tuviese contra él algún grave motivo de odio. Yo era tan feliz, que compadecía sinceramente a mi enemigo y hallaba la conducta de ella demasiado cruel. Nos sentamos, al fin, sobre el césped, no lejos de Isabel y Villa, que charlaban animadamente. Hubo un rato de silencio.
Las señoras y los caballeros se estrecharon aún más, formando grupo, y empezaron a cuchichear animadamente, proponiendo cada cual una pregunta. Al fin quedaron acordes en preguntarle si gastaba bisoñé. ¿Eeeeh? gritó el coro prolongando la nota. Sí respondió el infeliz don Serapio. La respuesta fue acogida con ruido y alegría que hicieron temblar al fabricante de conservas.
No causamos emoción de ninguna clase. Pepita se acercó a una joven rubia también y parecida a ella, que hablaba animadamente con otras, y la llamó varias veces antes que respondiese: Ramoncita... Ramoncita. Volvió al fin la cabeza y me miró con ojos distraídos. Te presento al señor Sanjurjo, un amigo de Villa...
Y todos tres fueron a sentarse en un rincón de la estancia en sillas bajas. Al poco rato no se oía más que un cuchicheo discreto, como si estuviesen confesando. Unidas las tres sillas, adelantando los cuerpos hasta tocarse casi las cabezas, comenzaron a charlar animadamente. Doña Paula abordó al instante la magna cuestión.
¡Bravo, señor conde, bravo! exclamó el clérigo, echándose hacia atrás en la silla y mirándole fijamente con aire triunfal. Todos haremos lo que podamos para que se logre. Usted es la persona más á propósito. Después se pusieron ambos á cuchichear animadamente. D. Primitivo corrió la silla hacia ellos y preguntó en voz baja: ¿Hay alguna noticia de allá?
No cabía duda: me estaba mirando. Bajamos de nuevo al pueblo, y advertí que Suárez, por más que hizo, no consiguió emparejarse con ella. Se había cogido del brazo de su tía Etelvina y hablaba animadamente sin hacer caso de él, hasta que, despechado al fin, se acercó a acompañar a una de las de Enríquez. «Bueno va», dije para mí con viva alegría, que me brotaba a la cara.
Palabra del Dia
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